jueves, 26 de marzo de 2015

PRIMER CAPÍTULO DEL LIBRO QUE NUNCA TERMINARÉ


Esto no va a funcionar. Simplemente lo sé, no va a funcionar. Eliminé por enésima vez un documento de la computadora. Un seudo-intento de cuento, de relato corto, se deslizaba hasta la bandeja de reciclaje confirmando mi falta de inspiración.
Era un jueves como cualquiera en las oficinas del diario y a pesar de estar rodeado del perfecto ambiente literario para dar rienda suelta a la imaginación, no surgía nada. Mi desesperación llegaba casi al límite, el sudor en las manos era cada vez más creciente. Las primeras brumas de frustración comenzaban a asomarse. Faltaba poco para el certamen literario “Nuevos Talentos”,  cuya organización estaba a cargo de La Primera, diario en el que realizaba la pasantía, y no tenía ni una mínima idea de lo que iba a escribir.
Pese a la desaforada marea de contrariedades impuesta por mi padre, había decidido apostar por mis sueños y dedicarme al vano oficio de la escritura. Ya cursaba el cuarto año de Lingüística y Literatura en la Universidad de Lima, pero aún seguía escuchando sus ya conocidas rabietas. Sobre todo cuando le pedía algo de dinero: «¿Plata?, ¿pero para qué necesitaría eso usted señor escritor?, después de todo para ustedes los intelectuales, eso no es más que un pedazo inservible de papel».  Luego, - y sólo cuando realmente deseaba exasperarme- con una sonrisa de hiena remataba: «Está bien, toma. Pero espero que estés ahorrando para comprar tu taxi, porque ni alucines que te ayudaré ni a comprar la pintura amarilla para que lo pintes, ¿me entendiste, Vargas Llosa?»,  «Carajo, ¿por qué no se te ocurrió estudiar una carrera más decente?, qué sé yo, por último abogado hubieras sido»,  entre otras frases alentadoras que solía decirme.
Era un tanto paradójico en realidad.  Desde muy temprana edad la escritura se convirtió en un vicio secreto para mí. Al principio lo hacía por desamor -  como todos -,  sobre todo durante el tiempo en que Allison y yo nos frecuentábamos. Recuerdo que esbozaba toda esa mezcla de sentimientos sublimes, sórdidos, fatalistas y hasta un tanto extremistas en un cuaderno negro todas las noches. No era un diario. Era una especie de tribuna clandestina, donde podía sincerar las contradictorias emociones de mi primaria juventud. Sin tener que retraerme, avergonzarme. Fue un tanto exagerado debo admitir. Cuando papá lo halló dio un grito al cielo que casi rompe el techo de la casa. Me prohibió la escritura aduciendo que era un hábito demasiado nocivo para mí. Él muy escandaloso, temía encontrarme cualquier día desangrado en la bañera, víctima de una decepción amorosa. Qué cosa tan estúpida ¿no?. Tal vez fue por eso que me empeñé en contradecirlo. Empecé a escribir con mayor vehemencia y constancia pero sólo para fastidiarlo. Todo era parte de un juego cruel que quería jugar con él, aunque él no quisiera jugar conmigo. Solía reírme mucho a sus espaldas, sobre todo cuando encontraba algunos escritos y se desmenuzaba en una preocupación exagerada.  No es algo de lo que me siento orgulloso, debo admitir, pero finalmente después de un tiempo, creo que terminó acostumbrándose, aunque sabía que jamás lo iba a aceptar. Ahí fue cuando me confundí por completo. Pues si bien ya no había el plus de escribir para hacer patalear a mi padre, el hábito no desaparecía. Se había convertido en una necesidad. Casi vital. Creo que ahí fue recién cuando supe lo que realmente quería hacer con mi vida.
Mamá murió cuando yo apenas tenía seis,  y mi crianza al parecer, había sido una carga que papá no estaba muy preparado para asumir. Era un músico frustrado, que por dedicar  su vida demasiado a la bohemia – la bebida y las mujeres para ser exactos –, fue renunciando involuntariamente a cada uno de sus anhelos más profusos. Ello por supuesto, era una omisión que no lograría condonarse así mismo de por vida. Tal vez por eso era tan duro conmigo. No deseaba que por mera ingenuidad, su único hijo resbale en los sinuosos caminos de la vida, y cándido como siempre, caiga en una truculenta frustración, tan profunda como el alma de un espectro, como un calabozo dentro de una cueva.  Pienso que después de todo, dentro de sus posibilidades, hacía lo mejor que podía. Bueno al menos así deseaba entenderlo.

Cuando volteé, una silueta marcial yacía en la mitad de la oficina.

-          Miren, pero si es el  joven prodigio.
-          Dr. Madison, buenos días. – me puse de pie -. ¿Cómo le va?.
-          Siéntate muchacho, no es para tanto.

Oí sonar el teléfono. Con el auricular en la mano mi jefe me dijo:

-          Esteban, ya te he dicho. Dime Freddy nomás. No hagamos tanto protocolo.

Freddy Madison. Era el Subdirector del diario y además uno de los principales columnistas. Se graduó con honores en la Universidad Católica, cursando impecablemente los seis años de la carrera de Derecho. Pertenecía a aquel considerable grupo de abogados que había estudiado derecho por cualquier razón menos la correcta: vocación. Existen varios ejemplos. Algunos lo hacen por presión familiar, otros porque no les gusta las matemáticas, o les gusta leer,  o en ciertas ocasiones porque simplemente no tenían otra cosa mejor que hacer. En su caso,  los padres del Dr. Freddy eran dueños de uno de los mejores estudios de abogados del país. Más de un especialista para cada rama. Penalistas, tributaristas, civilistas, testaferristas, entre tantos. El ser abogado era una tradición en su familia, cuyo incumplimiento no sólo te costaba la desheredación sino además el aislamiento familiar. Cada generación superaba a la anterior. Todo ese contexto lo dejaba categóricamente sin alternativas. Recuerdo que cuando me comentó todo esto, finalizó diciendo que él sólo era abogado por cuestiones coyunturales. «Estuvo bien jodida la situación.  Mi padre siempre ha sido una persona de carácter fuerte, de moral impecable. Desobedecerlo hubiera sido una traición para él. Aunque lo único que yo deseaba era escribir». Esto lo ubicaba dentro de ese aún más considerable grupo de abogados, que pesar de haber cursado toda la travesía universitaria nunca ejercerían su profesión. En cierta forma, él era una inspiración para mí. Él también había apostado por su verdadera vocación.  Pues a pesar de tener todo el camino preparado para desarrollarse profesionalmente como abogado, y así tener una vida más mesurada y hasta holgada en cuanto a lo económico, decidió dedicarse a la escritura. Ahora era un escritor respetable en el medio. Amigo de Gustavo Mohme, Alvaréz Rodrich, Rospigliosi, Gorriti, Hildebrandt, entre otros escritores, políticos y periodistas de renombre.

De pronto, mi jefe colgó el teléfono.

-          Bueno, ¿qué hay para hoy?.
-          Han llegado estos sobres para ti. – me sentí raro tuteándolo –. Tengo unos oficios pendientes para firma y acabo terminar la edición de su columna para mañana.
-          Ya.
-          Ah, casi me olvidaba. El señor Loyola vino temprano a buscarte.
-          ¿El director?.
-          Si, si. Dejó este file. Dijo que ya había coordinado contigo.
-          Déjame ver.

Revisó los papeles con detenimiento. Frunció el ceño mientras se rascaba ligeramente la barba. Vestía  una corbata roja, camisa blanca y un blazer azul marino. Con  su parker negro hacía anotaciones y subrayados. Parecía dibujar algo. Un aura de intelectualidad crecía en su expresión. Era un gran escritor.  Emitió un sonido de sapiencia.

-          ¿Todo bien?.
-          Si. Son las bases del concurso de cuentos.
-          ¿De “Nuevos Talentos”? – dije con asombro.
-          Exacto. Estaba coordinando con Loyola todo el asunto. Al parecer uno de los miembros del jurado va a estar indispuesto. Me ofrecieron reemplazarlo y acepté con gusto.
-          Perfecto – asentí  desanimado.

Aquello no hacía más que recordarme el gran hoyo negro en mi cabeza, la premura del tiempo y las implacables ganas que tenía por demostrar que en verdad podía escribir algo interesante.

-          ¿Qué pasó muchacho?. ¿Por qué la cara larga?
-           Mmm....., digamos que ando falto de inspiración. La entrega está a la vuelta de la esquina y no he escrito nada aún. Ni siquiera una condenada línea.
-          ¿Inspiración?. Esteban, pero si eso hay de sobra. Todo lo que te rodea es una potencial fuente de inspiración.
-          ¿Todo?. ¿Cómo qué por ejemplo? – dije aun más desanimado.
-           Bueno, la vida misma, la música, el amor, hasta las cosas más cotidianas que suceden y que no nos tomamos el cuidado de notar, pueden tener un significado mucho mayor de lo que el descuido procura ignorar. Recuerda que los escritores somos soñadores, visionarios, inventores, que muchas veces no podemos concebir las desafortunadas circunstancias de nuestras vidas y por eso tendemos a cambiarlas, a idealizarlas, a volverlas ficción.  Tú mismo puedes ser tu propia fuente de inspiración. Tu vida es decir.
-          ¿Mi vida?.
-          Por supuesto. Tu vida pero como fuente. Creo que fue Roncagliolo quién dijo que quizá la vida sea un poco como la literatura: un montón de mentiras bonitas para soportar las verdades. Es que es así, tal como él dijo, muchas veces las personas prefieren mentiras agradables que las verdades duras. Pero bueno, ¿qué te gustaría escribir?.
-          No lo sé. Algo concreto pero tampoco muy extravagante.
-          A ver. Aquí tengo las bases: “la extensión del texto no excederá diez folios, tema libre, letra tamaño 12, doble espacio, hoja A-4, Times New Roman….”. Si, está bien, tú puedes hacer eso. Ponle ganas.

Entró don Charlie, el señor de la correspondencia. Era un anciano muy pícaro. Siempre nos contaba algún chiste machista, sobre mujeres o sexo que había encontrado en el internet. «Doctorcito, ¿sabe usted lo que hace una neurona en el cerebro de una mujer?......Turismo». Su risa era tan contagiante que era inevitable reír con él. Parecía el sonido de un carro viejo intentando arrancar. Después de un corto intercambio de palabras se fue.

-          Bueno, ¿hay algo más pendiente muchacho?.
-          Ah claro, casi lo olvido. Me encargó que le hiciera recordar respecto de la elaboración de un artículo sobre el actual procedimiento de subasta pública que está realizando el Estado para la explotación petrolera.
-          ¿Perupetro?
-          Así es Dr. Freddy.
-          Bueno….- su rostro cambio de manera drástica, casi parecía sonreír-. Va a ser todo un "faenón" escribirlo.



No hay comentarios: