La vida es un viaje corto. Una encrucijada de circunstancias en la que nos aventuramos bajo el mapa de los años. Es tan fugaz como el parpadeo de un sueño perdido, en el que de pronto, y en tan poco, tenemos que calibrar nuestra cordura frente a una diversidad de experiencias: educación, trabajo, familia, amistad, amor, éxito, escases, soledad, enfermedad, muerte, entre tantas otras. Nadie dijo que es un mero trámite, que los días que Dios nos regala sean bienes que simplemente se consumen como productos de supermercado. Nada en esta vida es gratis. El solo chance divino de nacer, y ser parte de todo, no es un descuido del azar, por el contrario, constituye la oportunidad propicia para lograr que con nuestros actos, seamos eternos. Hacer que cada día cuente, que cada minuto valga, que los segundos respiren existencia. Así pues este efímero paseo de hechos, resulta ser un crédito respaldado por la garantía de nuestras propias acciones.
Debemos comprender, que con el tiempo, que siempre pasa pero que sólo enseña a quienes toman cuidado en los detalles, llegas a la conclusión empírica de que todo tiene su momento, de que en la vida todo va a suceder. Habrá instantes para celebrar, para cantar victorias, para bailar extasiados hasta acalambrarnos las piernas, reír como locos hasta las lágrimas, beber, y caer rendidos y narcotizados en aquellos brazos en los que siempre quisimos perdernos. También tendremos que sufrir, llorar amargamente ausencias y despedidas, enterrar a nuestros muertos, luchar puño a puño con el enemigo, perdonar agresiones, ofensas e injurias, aceptar derrotas, olvidar amores y consolar llantos. Pero este sabor de idas y vueltas, tan enigmático y pintoresco, pueda que con mucha obstinación nos permita alcanzar nuestros anhelos más profusos, nuestros sueños, aquello que siempre quisimos: el éxito. Sin embargo, no debemos desconocer nunca que los éxitos en la vida valen no por el resultado, por la foto o el diploma, sino por el paso a paso, el día a día, por el aprendizaje asimilado en el largo sendero que se recorrió, y que cada lección aprendida permanecerá implacable en los recovecos de la conciencia y la razón.
Con la suma instantes, llegas a asimilar, que la vida no será justa en la medida de lo que nos suceda a nosotros, sino que todo sigue su curso, y que es la misma vida, la que se encarga de dar a cada quién lo que se merece, aun cuando esta “justicia” debería darse por nuestras propias manos. Hay alguien allá arriba, que monitorea todo por sí mismo, y mueve las fichas de acuerdo a un plan trazado mucho antes incluso de que nosotros tengamos memoria. Al fin y al cabo, las personas somos el resultado de una conjunción de vivencias, tenemos la marca registrada de la experiencia, pintados de imperfecciones y virtudes. Por ello, no podemos exigir a nuestro entorno que module su temperamento en razón de nuestras demandas, caprichos, u obstinaciones plasmadas bajo una lista inagotable. Cada ser humano es misterioso y hasta incluso inescrutable. Visualizamos el mundo con las gafas de lo vivido, y actuamos en mérito a la razón. Si en algo hemos de cambiar, deberá ser siempre para un bienestar. Un bienestar, cuyo basamento no es más que una profunda convicción, motivada por una decisión angularmente personal, ajena a todo tipo de intromisión que le dé cause. Debemos amar por lo que cada uno es, mas no por lo que queremos que sean.
Que cada decisión que tomemos en la vida, sea porque ésta obedece a un compromiso con nuestra dignidad. Si hemos de anhelar ser amados, es porque primero, nos entercamos en dar lo mejor al prójimo, sin esperar nada a cambio. No hay mayor satisfacción que la alegría que produce el hacer feliz a otras personas, porque te acerca más a Dios, y una naturaleza inherente que consagra los valores bajo los que fuimos forjados.
Y que cuando ya peines canas, que éstas sean de sabiduría y júbilo, pues cuando ya des tu último suspiro en esta tierra, tendrás la satisfacción de que no te faltó nada por vivir…
Christian Fhon Trigoso
Debemos comprender, que con el tiempo, que siempre pasa pero que sólo enseña a quienes toman cuidado en los detalles, llegas a la conclusión empírica de que todo tiene su momento, de que en la vida todo va a suceder. Habrá instantes para celebrar, para cantar victorias, para bailar extasiados hasta acalambrarnos las piernas, reír como locos hasta las lágrimas, beber, y caer rendidos y narcotizados en aquellos brazos en los que siempre quisimos perdernos. También tendremos que sufrir, llorar amargamente ausencias y despedidas, enterrar a nuestros muertos, luchar puño a puño con el enemigo, perdonar agresiones, ofensas e injurias, aceptar derrotas, olvidar amores y consolar llantos. Pero este sabor de idas y vueltas, tan enigmático y pintoresco, pueda que con mucha obstinación nos permita alcanzar nuestros anhelos más profusos, nuestros sueños, aquello que siempre quisimos: el éxito. Sin embargo, no debemos desconocer nunca que los éxitos en la vida valen no por el resultado, por la foto o el diploma, sino por el paso a paso, el día a día, por el aprendizaje asimilado en el largo sendero que se recorrió, y que cada lección aprendida permanecerá implacable en los recovecos de la conciencia y la razón.
Con la suma instantes, llegas a asimilar, que la vida no será justa en la medida de lo que nos suceda a nosotros, sino que todo sigue su curso, y que es la misma vida, la que se encarga de dar a cada quién lo que se merece, aun cuando esta “justicia” debería darse por nuestras propias manos. Hay alguien allá arriba, que monitorea todo por sí mismo, y mueve las fichas de acuerdo a un plan trazado mucho antes incluso de que nosotros tengamos memoria. Al fin y al cabo, las personas somos el resultado de una conjunción de vivencias, tenemos la marca registrada de la experiencia, pintados de imperfecciones y virtudes. Por ello, no podemos exigir a nuestro entorno que module su temperamento en razón de nuestras demandas, caprichos, u obstinaciones plasmadas bajo una lista inagotable. Cada ser humano es misterioso y hasta incluso inescrutable. Visualizamos el mundo con las gafas de lo vivido, y actuamos en mérito a la razón. Si en algo hemos de cambiar, deberá ser siempre para un bienestar. Un bienestar, cuyo basamento no es más que una profunda convicción, motivada por una decisión angularmente personal, ajena a todo tipo de intromisión que le dé cause. Debemos amar por lo que cada uno es, mas no por lo que queremos que sean.
Que cada decisión que tomemos en la vida, sea porque ésta obedece a un compromiso con nuestra dignidad. Si hemos de anhelar ser amados, es porque primero, nos entercamos en dar lo mejor al prójimo, sin esperar nada a cambio. No hay mayor satisfacción que la alegría que produce el hacer feliz a otras personas, porque te acerca más a Dios, y una naturaleza inherente que consagra los valores bajo los que fuimos forjados.
Y que cuando ya peines canas, que éstas sean de sabiduría y júbilo, pues cuando ya des tu último suspiro en esta tierra, tendrás la satisfacción de que no te faltó nada por vivir…
Christian Fhon Trigoso
1 comentario:
Dios es el que tiene el Control de todos nuestros dias, todo sucedera en el tiempo perfecto, cada persona, cada lugar, cada espacio esta colocado con un fin. Las casualidades no existen, Dios sabe lo que hace; no estoy de acuerdo en tomarme la justicia n mis manos, pues creo fuertemente q existe una justicia divina. Tienes mucha razon cuando dices q la persona vale mas por lo que es y no por lo que tiene. Siempre me agrado leerte aunque no siempre te entienda y mucho menos te comprenda.
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