domingo, 13 de diciembre de 2009

LETTERS TO YOU


LA ÚLTIMA CARTA

Hola:

Esta carta es para ti. Si, para ti. Tú que tantas noches te desvelas extasiada por el implacable narcótico de tu obstinación. Tú que preferiste el pequeño rayo de cualquier luz, antes que el fuego de tu misma pasión. Tú que condicionaste tu felicidad a la existencia de un ser perfecto, como si los seres humanos no fuéramos el resultado de un cúmulo de errores, como si la vida fuera una marcha marcial de seres supremos sin ideas, sin ideales, sin defectos. Claro tú, que me cerraste las puertas de un corazón que hubiera protegido hasta en la peor de mis tribulaciones.

Te contaré un secreto: “nadie es perfecto”, y si es que la vida nos da la dicha de equivocarnos, es para sangrar, curarnos y mejorar. Después de todo, las cicatrices sólo nos recuerdan que el pasado fue real. Alégrate si es que te equivocas, porque es la única forma de que aprenderás algo. No te confundas, la felicidad es un estado mucho menos angélico de lo que tendemos a idealizar, pues como decía Benedetti, el verdadero regocijo se encuentra en las cosas más cotidianas de la vida, como el crepúsculo, un baile, o tu sonrisa. Lo demás es efímero, insoluto, innecesario.

El verdadero amor duele, y mucho. Porque sólo el que ama fehacientemente es capaz de muchas cosas, hasta inclusive de prescindir de su propio bienestar. No me malinterpretes, el amor es casi una idealización, una especie en extinción, pero si existe. A mi sólo me bastaba escuchar tu sonrisa al despertar, verme reflejado en tus ojos, sentirme parte de tus días. No lamento haberte conocido, muy por el contrario, doy gracias a Dios por haberme cruzado en tu camino. Y aunque sea mi recuerdo el que se desliza por el campo minado de tu conciencia, sé que te di todo lo que podía dar, sé que te besé todas las veces que debía besarte, sé que te amé todas las noches que debía amarte.

¿Qué te extrañaré?, claro, de todas maneras. Pero todo lo que generas en mi se canaliza en estas líneas, en mis canciones, en mis silencios, que poco a poco se diluyen en el tiempo. Ya habrá el día en que sin darme ya no te recuerde. (Dios quiera que eso nunca suceda). Dejar que el tiempo haga su trabajo y sepulte tu recuerdo en el nicho más profundo de mi mente .
Nunca olvides que de los errores se aprende. Que siempre hay ocasión para una segunda oportunidad, cuando el ser amado realmente se lo merece. Recuerda que las puertas que cierras hoy, son las ventanas que nunca abrirás mañana. A mi no me diste la oportunidad para hablar, esa será la cruz que cargarás siempre. Pero sólo un favor te pido antes de despedirme, siempre, siempre, siempre, escucha a las personas, pues pueda ser que las palabras no dichas nos lastimen más que una eternidad.

Te amaré siempre. Estarás en mí en cada suspiro, en cada poema, en cada canción. Serás mi fuente eterna de inspiración, pero hoy, te digo adiós.

EL HELADO DE FRESA - CUENTO




Al igual que todos los sábados de aquel verano del 92, la familia Ferrary Aleman fue a disfrutar de un fin de semana rutinario en las instalaciones del Golf and Country Club en el Distrito de Víctor Larco. “Rutinario” en el contexto ostentoso en el que desarrollaban sus glamorosas vidas. Formaban parte de aquella clase social alta de Trujillo - tan restringida y reducida a la vez - ciudad en dónde todos se conocían, a pesar de experimentar una expansión urbana constante, el número de familias que gozaban de solvencia económica de magnitudes considerables, era menor a lo que uno pudiera contar con los dedos; familias como los Ganoza, los Pinillos, los Orbegoso, los Mannucci, los Salaverry, entre sus principales exponentes, sin olvidar por supuesto a los Ferrary, cuyo apellido implicaba una connotación inmediata relacionada con los Bancos. Prácticamente todo su árbol genealógico se había dedicado a la actividad bancaria o se ha había visto vinculado de alguna manera con la misma. A los Ferrary que habían centrado su inversión en la compra de acciones del Banco Internacional de Finanzas, no les bastaba con el simple hecho de intermediar dinero, para luego chupar truculentamente hasta la última gota de liquidez en el bolsillo de las personas a través de las altísimas tasas de interés, sino que cumplían con extrema rigidez aquel aforismo financiero muy conocido: “el Banco nunca pierde”, ampliando de tal forma sus venenosos tentáculos comerciales a actividades alternas como servicios de corretaje, aseguradoras y arrendamientos financieros. Todo ello entre las maniobras legales para mantener a flote el ostentoso estilo de vida que debían solventar y la obligación implacable de conservar su pedantería a toda costa.
La telaraña generacional de los Ferrary fue creciendo a través del tiempo, dejando entre sus filas a banqueros, arquitectos, abogados, como sus “mejores” exponentes, cuyos rostros siempre figuraban entre las fotos de la sección social de todas las revistas; en los campeonatos de tenis, los luhaos, las fiestas del perol, la noche de campeonas de marinera, en todas las reuniones más exclusivas, hasta cagando en un pozo ciego si era posible, pero siempre con sus sonrisas blanquecinas de porcelana dispuestas a recibir cada flash en todos los ángulos posibles.
Sin embargo, como sucede hasta en las mejores familias, existían ciertos asuntos que los Ferrary preferían mantener en extrema confidencialidad, olvidados en el más viejo de los baúles, hundidos en el más profundo de los mares: la raíz principal de su fortuna. Ello nos sitúa indefectiblemente en el sótano más subterráneo de su calamidad, en aquello que los hacía inmensamente ricos en el Perú, pero moralmente pobres en espíritu, aquello que los obligaba a voltear la cara, a esconder el rostro con la cobarde mano extendida. Aquel delito suele llamarse lavado de dinero.
El nuevo heredero de este imperio de falsificación era Carlos Ferrary Sevillano, “Charlie Brown” para sus amigos. Abogado de la prestigiosa Universidad de Lima, astuto, inteligente y manipulador, cuyos cimientos de moralidad resultado de su formación profesional, habían decaído hacía ya mucho tiempo en sus recientes treinta y seis años, eximiéndolo de aquella clásica imagen de abogado de escritorio dedicado a resolver problemas legales de las empresas, para ubicarlo en un transfondo mucho más sórdido como jefe de una organización delictiva cuyo fin único era la elaboración y distribución de billetes falsos en todo el Perú y el extranjero. Contaba con capital logístico y humano suficiente, donde a través de sus filiales ubicadas en varias ciudades del país, fabricaba los billetes casi con un acabado perfecto, imitando la marca de agua, cintillos de seguridad y hasta inclusive las microimpresiones imposibles de falsificar, utilizando para ello una serie de modernos programas de diseño e impresoras de última generación. Estaban a punto de concretar un business con un traficante colombiano por la “ínfima” cantidad de diez millones de dólares, para lo cual sus burries ya se encontraban en pleno proceso de elaboración de la mercancía. Sin embargo en esta oportunidad debían ser extremadamente cautelosos, pues el Servicio de Inteligencia de los Estados Unidos se encontraba en localidad de Putumayo en la frontera con Colombia, y según se decía varios de sus colegas ya habían sido atrapados.

Pero claro, nadie debía enterarse de eso y de nada sobre los Ferrary, de nada al igual que de las infidelidades conyugales, las disputas judiciales por herencias, el anarquismo familiar y de los muchos escándalos sociales de las cuales eran protagonistas. Terminaban agazapados entre las blancas paredes de sus lujosas residencias en la urbanización el Golf, atorados en su vergüenza, tratando de mantener incólume la imagen de una familia que de feliz, no tenía ni la falsa apariencia.

Todo esa marea de escándalos transcurrió a través de los años, repitiéndose una y otra vez, generación tras generación hasta llegar al pequeño Mateo Ferrary, o “Teo” como le dijo su madre por primera vez aquél cálido sábado de verano, mientras el pequeño ángel deslizaba su mirada entre las diáfanas aguas de la piscina del Golf and Country Club, siempre ingenuo, siempre distante, siempre tardío. «Ya vengo my little Darling, be careful okey Teo?», le dijo su madre apretando sus colorados cachetitos con vehemencia y se alejó con sus amigas directo al lujoso spa del club. Charlie su padre, bebía un Jack Daniels con un par de compañeros de trabajo, cerca de la piscina donde se encontraba. Reían fuertemente, celebrando cada una de las hazañas sexuales que habían logrado durante la semana.

- ¿Qué en el taxi te lo cogió? – dijo el Dr. Ferrary en medio de su estupor.
- Así es mi querido Charlie, y como te imaginarás yo ya me había alucinado de que por fin a mis cuarenta y cinco años iban a sacarme el corcho del champagne por primera vez. – acotó el intelectualísimo Dr. Santiago Medrano, quién por dedicar su vida labrando demasiado en las parcelas del conocimiento, había descuidado completamente el desarrollo de su libido.
- ¿Y qué pasó?, ¿no lo hicieron ….ahí verdad?. – dijo dubitativo Alberto Salaverry alias el “Beto Salaverry”, amigo de la infancia de Charlie y ahora compañero de trabajo.
- Bu-bue-bueno…yo…
- ¿Qué?
- Bueno digamos que “aterricé” muy temprano.
- ¿Qué diablos?

Justo cuando el Dr. Medrano trataba de salvar su honor en el coloquio, Valeria de Ferrary caminaba con dos de sus treintonas amigas hacia su marido. Aquel ambiente del club estaba lleno de mesas blancas acompañadas por grandes sombrillas del mismo color, lo cual le otorgaba un tono glamoroso y muy atractivo al lugar. Al frente de ellas estaba la piscina, la cual se encontraba dividida en dos ambientes. Uno donde los niños podían chapotear tranquilos pisando aún la superficie y el otro más hondo, en el que para estar ahí, se debía necesariamente saber nadar. «Chorando se foi quem um dia só me fez chorar…» se escuchaban las primeras líneas de la melodía de Lambada, aquella rítmica canción que lanzó al estrellato a la agrupación brasilera Kaoma por el año 1989, sin avizorar que unos meses después se verían inmersos en gigantescos problemas legales con muchos musicólogos bolivianos que aducían que dicha creación artística era un género musical boliviano cuya autoría le pertenecía a Los Kjarkas. Valeria se acercó a ellos interrumpiendo la cháchara varonil. Charlie y sus compas enmudecieron por obvias razones. «Sweetheart, keep an eye on him please?», le dijo en un tono anglosajón casi infantil. El Dr. Ferrary volteó hacia la piscina y entre el humo de su Dunhill pudo divisar a su menor hijo sentado en las gradas de ésta. Asintió con la mirada asumiendo displicentemente la carga del cuidado de Teo, quién – se debe dejar en claro ya – no era su favorito.

¿Qué era esa luz en sus ojos?, ¿era acaso el reflejo del sol sobre aquellas aguas?, ¿y esa sonrisa de dónde salió?. Era una ligera brisa de júbilo que invadía los ánimos del pequeño Teo. Algo muy extraño en él, pues siempre se mostraba distraído de lo que acontecía en su entorno, indiferente, ajeno, podía pasar el fin del mundo al frente suyo pero él ni enterado. Prefería permanecer en su propio mundo, uno con sus propios héroes y villanos, con sus propios dragones y princesas, dónde podría luchar contra el más desaforado ejercito de Destructor junto a sus fieles compañeros Leonardo, Michelangelo, Donatello y Raphael (las Tortugas Ninja), y con el maestro Splinter poder liberar April O´neil de las adversidades que la afligían.. Quizá esa pequeña sonrisa se debía a que estaba apunto de iniciar por primera vez en el Fleming College, acababa de cumplir seis años hacía una semana y ya era tiempo de ir a la escuela. Esto lo hacía sentirse prematuramente grande, fuerte, valeroso, capaz de enfrentarse hasta al mounstro más tenebroso que habitaba en la oscuridad de su closet cuando mamá apagaba las luces para dormir. Apretaba sus puños con furia infantil sintiéndose capaz de nadar por todo el perímetro de la piscina y no quedarse simplemente sentado, desolado y pusilámine, como todas las veces mientras los demás niños pasaban el tiempo de sus vidas. Pero no, aquella chispa de jovialidad no era por eso.

Ángela lo observaba con cierta curiosidad mientras su madre peinaba sus ensortijados cabellos castaños. No era la primera vez que veía a ese niño, ni mucho menos era la primera vez que lo veía sentado en ese mismo lugar y con esa misma ridícula bermuda con figurillas de esos horribles mutantes verdes. Vestía una ropa de baño color lila con unas sandalias rosadas con el rostro de Barbie. Sus ojos se distraían en cada movimiento de Teo. Se preguntaba en porqué él no iba a jugar con todos los demás niños que saltaban, nadaban y hasta gritaban eufóricamente en la piscina. Lo sintió desolado y triste y con una mirada lúgubre sintió pena por él.
«Él es Teo Ferrary, ¿lo recuerdas?, fueron juntos al kinder», le dijo su madre adivinando sus pensamientos. «¿Por qué no vas y juegas con él?, va a estudiar contigo en el colegio, así que es tiempo de que vayan siendo amigos». La pequeña volteó la mirada hacia su madre dudando por unos segundos, pero finalmente asintió con un leve temor y dirigió sus pasos hasta donde estaba el niño.
Nadhia Leonetti, dio largo suspiro mientras veía a su hija alejarse de su presencia. Aún se encontraba turbada por la culminación de su escabroso matrimonio. Pues al principio como toda flamante novia y primeriza, lo había idealizado demasiado. Hacía apenas unos años, aún formada parte de la élite pituca en la sociedad limeña, hacía apenas unos años aún gozaba de una vida social activísima, codeándose con las familias más rich and nice de aquella paradisíaca isla llamada San Isidro, hacía apenas unos años aún podía respirar con sumo embeleso de la envidia que atoraba la garganta de todas sus amigas cuando la veían pasar con su “galante” esposo. Fue “gracias” a esa misma envidia que pudo dejar caer la venda de sus ojos sobre su acomodado matrimonio, cuando halló a una de sus mejores amigas encima de Miguel traicionándola en su mismo lecho matrimonial. Aquella inescrupulosa escena, lejos de hacerla reaccionar para bien, fue el declive que la insertó por mucho tiempo en un loco carrusel de infidelidades. Se convirtió en un ser de aura sórdida, donde su matrimonio en lugar de ser un impedimento para sus encuentros casuales con sus nuevos amantes, se tornó en un facilitador. Pues ahora no sólo era Miguel el que llegaba tarde a casa, sino que era ella la que llegaba al amanecer. El amor y el sexo para Nadhia, eran un híbrido, o hasta casi lo mismo. Todo era cuestión de una mirada, una llamada o un beso.
Pero así como el ciclo natural de las cosas, todos regresan al inicio. Las esencias siempre vuelven. Cansada de la doble vida que llevaba, le pidió el divorcio a Miguel, quien obviamente aceptó sin el menor cuestionamiento. Optaron por un divorcio convencional, no hacía falta pelear por cuestiones patrimoniales porque ambos gozaban de solvencia económica. La única preocupación sin embargo, fue Ángela, que para aquel entonces tenía tan sólo cuatro años. Nadhia propuso quedarse con la niña y juntas ir a vivir a Trujillo con sus padres, quienes administraban una cadena de hoteles y les iba muy bien económicamente. Miguel se opuso de forma categórica desde el principio, pero al ver la aflicción de su ex esposa, la marea de chismes y comentarios que rondaban acerca de ellos en sus círculos sociales, al final tuvo que aceptarlo. Así fue como Nadhia llegó a formar parte de la comunidad pequeño burguesa del barrio del Golf, que a diferencia de la segmentada jungla de San Isidro, aquella parecía ser un simple jardín lleno de desubicados.
Sus ojos se adormitaron y chasqueó su boca con un gesto negativo. Volvió a hundirse en su desolación. Tanto tiempo perdido por un maldito bellaco, pensó. Sus estudios de arte en Francia, su viaje a Barcelona, su master en la Sorbona, la apertura de su propia galería de arte moderno y otros tantos proyectos que tuvo que dejar de lado para dar prioridad a un sueño distinto: su matrimonio. Ahora, luego de aquella odisea apocalíptica, su frustración la hacía sentir profundamente estafada. La palabra “matrimonio” ahora tenía una connotación completamente distinta, pues no era más que un estúpido mecanismo auto-sugestivo para no concretar ninguna meta. Era una gran estafa, una cruel mentira para débiles mentales. Dio otro largo suspiro volteando la mirada hacia donde estaba Charlie, quién haciendo gala de sus dotes de seductor, la saludó sin aun conocerla. Nadhia contestó el saludo. Para aquel entonces, ni siquiera imaginaba que apenas unos meses después, se convertiría en la amante del Dr. Ferrary, y que dicho affair sería la última estocada que acabaría de una vez por todas con el matrimonio de Charlie. Quizá de haberlo sabido, tal vez nunca se habría aparecido en el club aquel día.

La sintió acercarse. Trémulo levantó su mirada tenue y la vio sentarse junto a él. Estaba feliz, aquellos ojos color miel lo cautivaron de inmediato. Era la niña que vivía al frente de su casa. Teo la había visto muchas veces pero nunca tan de cerca. Tuvo una sensación de dejá vu, de haber visto antes ese tierno rostro, en otra vida, en otro sueño. Una creciente bruma emocional iba surgiendo llenándolo de paz. Ángela sonrió. Él bajo la mirada con timidez juntando la comisura de sus labios en una sonrisa.

- Hola…
- Hola.
- Soy Ángela – le dijo y volvió a sonreír.
- Ma-Ma-Mateo. Mateo Ferrary.
- Hola Mateo Ferrary, ¿todo bien?, ¿por qué no estás nadando?
- Si. Bueno… lo que pasa es que… - enmudeció. No supo qué decirle. No quería sonar como un tonto, ni mucho menos como un cobarde.
- ¿Lo que pasa es qué?
- Lo que pasa es que estoy esperando a mi hermano Iván.
- Mmmm – asintió.

Se miraron fijamente en un silencio que lo dijo todo. Una brecha se había abierto en el tiempo, en un camino donde volverían a encontrarse en otras circunstancias. Ahora veía sus labios, tan rojos y sublimes que no cambiarían nunca, ni mucho menos aquella noche donde los besaría por primera vez al final de su fiesta de promoción, bajo el morado cielo que cubría todo el Golf and Country Club, a la cual Ángela había aceptado ir con él de manera sorpresiva, luego de su pelea con Jack Casablanca. Con un suave viento en su rostro los sintió juntarse a los suyos, cerrando uno de aquellos momentos que uno guarda en un baúl para contárselo a los nietos. Por ahora sin embargo, la inocencia tenía un mayor peso que la pasión.

El obeso hermano mayor de Teo, Iván, corría bruscamente hacía la piscina. Sus gruesos pasos sonaban como la huida de una manada de osos en el bosque. Sus cebos iban en un cómico vaivén de arriba, abajo, derecha e izquierda. Llevaba una bermuda azul con rayas amarrillas. Dio un salto triunfador gritando: «¡¡fueraaa abajooo!!», y cayó fuerte sobre el agua como una bala de cañón. Varios chorros de agua salpicaron sobre Teo y Ángela, rompiendo el mágico hechizo que los mantenía alejados de la realidad. Se sacudió cual perro bajo la lluvia y clavó los ojos sobre los dos. Luego, fijándose en su hermano le dijo con una voz de caricatura: «Para variar estás sentado aquí, tonto», refiriéndose a las gradas de la piscina, donde estaban los niños que no sabían nadar. Mientras se alejaba nadando hacia la parte más honda, Iván pensaba con repugnancia en qué hacía su hermano con una niña, pues para él así como para muchos niños de su edad, las niñas eran como un virus, una plaga, una bacteria. Nunca se había llevado bien con su hermano menor, por el contrario, la mayoría del tiempo lo aborrecía. Disfrutaba mucho burlarse de él, por su torpeza, por la timidez que lo embargaba frente a situaciones nuevas como jugar al fútbol, las clases de karate, las fiestas de cumpleaños, o inclusive nadar en la piscina más honda del club. Lo señalaba con su mantecoso dedo índice y soltaba una larga carcajada que parecía no tener fin. Pese a ello, en esta ocasión en particular, dado las circunstancias, prefirió ignorarlo.
Los que no hicieron eso sin embargo, fueron los dos bandidos que vigilaban sigilosamente cada pestañeo de Teo desde una esquina. Jack Casablanca y el Oso Pérez. El primero de ellos era el hijo de un empresario de descendencia norteamericana. Rubio y menudito, pero muy malicioso, planeaba con su cómplice dar el susto de su vida al odioso niño Ferrary: «¿Qué se ha creído ese imbécil al hablarle a mi princesa?», dijo con sus ojos llenos de furia al Oso, quién dando el punto de partida para su vil fechoría respondió: «¡¡vamos a darle el susto de su vida a esa mariquita!!». Simulando naturalidad se acercaron hasta Teo, y luego de abrazarlo en cada hombro lo alejaron de las gradas donde estaba sentado. Teo cándido como siempre, se distrajo con las palabras de sus nuevos “amigos” y se dejó guiar por el agua hasta muy cerca del abismo de la parte honda piscina.

- Nosotros formamos parte del Club de los Chicos Rudos. Sólo los más valientes pertenecen a nuestro club, ¿no es así Oso? – dijo Jack Casablanca guiñando el ojo a su compadre de travesuras. El Oso no captó la artimaña de inmediato, era algo tonto.
- A si, si – asintió bruscamente en mitad de una sonrisa hipocritona. Qué dices Ferrary, ¿quieres estar en nuestro club? – silabeó moviendo sus cachetes regordetes y guiñando el ojo de vuelta a Casablanca.
- Bueno yo…
- ¡Perfecto! – interrumpió Jack, y chasqueando sus dedos para captar la atención de Teo sentenció –: entonces tienes pasar la prueba de admisión. Oso, por favor dile al chico Ferrary en qué consiste la prueba de admisión.
- ¿La prueba de qué?
- De ad-mi-sión – dijo Jack apretando los labios mientras movía sugestivamente su cabeza hacia un costado. Hacia la parte honda de la piscina. Teo escuchaba en silencio.
- Ahhhh, ¡la prueba de admisión!, claro, claro. Cómo olvidarlo, jeje, lo que sucede es que no hemos recibido nuevos integrantes últimamente. Tu sabes, capacidad limitada – enmudeció.
- ¿Y bien Oso?.
- Ah, si bueno mira, lo que tienes que hacer es bien simple. Sólo tienes que nadar desde aquí hasta el final de la piscina, ida y vuelta.
- ¿Desde aquí hasta el final de la piscina ida y vuelta? – dijo Teo con temor.
- Claro Ferrary. Es fácil, o qué, ¿tienes miedo?
- ¿Acaso eres una mariquita Ferrary? – lo retó Jack Casablanca.

Teo lo pensó por unos segundos. Aquel último cuestionamiento dibujó en su mente una de las innumerables veces en que Iván se reía de él a sus expensas. Recordó el seboso dedo índice de su hermano. Lo que más le atemorizaba era que no sabía nadar. Estaban parados justamente en la intersección de la parte mediana y la parte honda de la piscina. Entre el cielo y el infierno. Por otro lado, era una gran oportunidad para tener nuevos amigos, formar parte del Club de los Rudos y sobre todo, era una grandísima oportunidad para que Ángela se diera cuenta de que él era valiente. Apretó sus puños con furia y dijo con seguridad aceptando su destino: «Está bien. Lo haré». Los bandidos rieron como hienas salvajes. Su malévolo plan parecía dar resultado. Y aunque sus intenciones eran sólo las de asustar a Teo, no avizoraron la posible calamidad que podían producir.
El chico Ferrary empezó a bracear y patalear torpemente. El agua salpicaba por todos lados. No tenía ni la mínima idea de lo que estaba haciendo. No obstante, avanzaba despacio sobre las aguas de la piscina. Sus detractores observaban con suma atención cada uno de sus movimientos, gestos y respiraciones. Fuera de todo pronóstico, Teo parecía abrirse camino sobre aquellas aguas de manera lenta pero segura. Todo parecía ir bien. Sin embargo, un temor enclaustrable se apoderó poco a poco de sus extremidades. Su respiración se volvió cada vez más brusca y entrecortada. Inhalaba y exhalaba y no parecía ver el final. Pensó en Ángela. Empezó a desesperarse. Ya cuando casi alcanzaba la mitad de aquel abismo de agua, se sintió muy cansado. Ya no podía más, se detuvo. Sintió cómo se apretaba su estómago cuando intentaba respirar. Buscó inútilmente pisar el suelo de la piscina para descansar pero era demasiado profundo. Tragó varios sorbos de agua. Sintió el cloro en su nariz, en su boca. Cada vez se hundía más. Al verse rodeado en su desesperación chilló: «¡¡¡Ayúdenme!!!, por favor ¡¡¡ayúdenme!!!, ¡¡me ahogo!!». Soltó lágrimas de desesperación mientras gritaba por su vida una y otra vez. Jack Casablanca y el Oso Pérez estaban blancos del susto. «¿Oso qué hacemos?, Teo se ahoga» dijo volteando hacia su compinche, quién huyó gritando cobardemente algo que no pudo entender. «Mierda, nos jodimos», pensó Casablanca y también corrió hacia su mamá como una niña. Pese a todo, Ángela había visto toda la escena desde las gradas de la piscina y corrió hacia donde estaba el Dr. Ferrary y sus compas.

- ¿Así que la francesa caliente no?, ja, ja, ja, no jodas, ¿así te dijo que se llamaba? – dijo el Dr. Medrano continuando la morbosa tertulia
- No pues Santiago. Así me dijo que le decían. Pero su nombre de “batalla” era Scarlet.
- Guao… provecho Charlie – dijo Beto Salaverry y con una ligera pausa continuó –: pero dime una cosita hermano, ¿vino con o sin?
- “¿Con o sin?”, ¿con o sin qué?.
- ¿Cómo que con o sin qué?. Con o sin “sorpresa” pues Charlie, qué más.
- ¿Qué?, ¿cómo con o sin sorpresa?
- Si ha venido con presa o no, cojudo.
- Ja, ja, ja.
Ángela cruzó entre el humo de los cigarrillos y el humor a alcohol. La conversación se interrumpió de inmediato, todos la observaron. Sólo basto que cogiera del brazo de Charlie y señalara hacia la piscina para que se desatara el escándalo.
- Charlie, ¿ese no es tu hijo?.
- ¿Dónde?
- Ese de allá, parece que se está ahogando.
- ¡Carajo, Teo! – dijo el Dr. Ferrary parándose bruscamente de su silla.

Charlie corrió como un guepardo hacia la piscina chocando con mozos, niños, sillas, y un cúmulo de gente que estaba en todo ese ambiente del club. La adrenalina circulaba por todo su cuerpo cerrando sus pensamientos en salvar a su hijo de la muerte. Chocó con un mozo que llevaba un ronda de seis pisco sours a una mesa muy alegre que celebraba la llegaba de sus bebidas. El mozo cayó rodando en el suelo y sobre él, todo el pisco desperdiciado. Mucha gente gritaba. Charlie dio un clavado olímpico en la piscina con la ropa que tenía puesta. Braceó con fuerza y desesperación. Cogió a Teo de un brazo y luego lo abrazó completamente. Jaló de su cuerpo con fuerza y nadó hasta sacarlo de la piscina. Lo cargó entre sus brazos y lo sentó en las gradas. Mucha gente se acumuló para presenciar la escena. Teo estaba hecho un mar de lágrimas. Sus sollozos eran largos y profundos. Lloraba despacio, sin hacer mayor escándalo, como el niño que era. Era un llanto de decepción, consigo mismo, con el mundo. Una frustración invadía sus pensamientos. Pensaba en que había hecho el ridículo de su vida, pues no sólo había quedado como un tonto frente a la niña que le gustaba, sino frente a todo el club y frente a sus “amigos” del Club de los Rudos, al que según creía, no podría pertenecer jamás. Iván corrió hacia el lugar pero esta vez evitó burlarse. Ángela lo observaba desde lejos muy gris, mientras una lágrima se deslizaba lentamente sobre su rostro. De pronto entre el tumulto apareció la madre de Teo, Valeria, aun con la mascarilla de barro en el rostro que le habían aplicado en el Spa. Al enterarse de lo sucedido se desmayó diciendo: «Ohhh myyy, Ohhh myyy……¡¡¡ Oh my Goshhh!!!», y cayó al suelo como un saco de papas. Nadie se preocupó en levantarla. Charlie consolaba a su hijo sobándole la espalda con la palma de su mano. Observaba las húmedas pestañas de su hijo menor, sus párpados colorados, sus pómulos hinchados. A pesar de que no era su preferido, le dolía ver a Teo así. Sólo había una cosa por hacer. «Ven hijo, vamos».

Y entonces lo recordó. Tomó de la mano de su padre dejando atrás toda la melancolía de lo acontecido. Sus labios se abrieron poco a poco formando una sonrisa inesperada. Ahí estaba otra vez, la chispa de jovialidad en Teo había regresado. Ahora podía sentirlo más que nunca antes. Porque era siempre así, no necesitaba mucho para ser completamente feliz. Pues es en las cosas más cotidianas de la vida, donde se encuentra la escala máxima de la dicha. La felicidad plena no es sin embargo, algo que se pueda tocar como el dinero, sino que es algo que se vive, que siente en el corazón. Es casi una idealización, pero puede venir de algo tan simple como una sonrisa, una canción o un helado de fresa. A Dios gracias que tampoco es permanente, sino que esos grados máximos de bienestar son temporales, y lo suficientemente efímeros como para darle sentido a la vida. «Dos helados por favor, uno de fresa y uno de chocolate», dijo el Dr. Ferrary a la camarera mientras Teo apoyaba sus manitos en el vidrio empañado del mostrador. Era esa parcela de cotidianidad suficiente para superar cualquier adversidad. Lo había notado desde un principio cuando deslizaba su mirada en las diáfanas aguas de la piscina del club. Desde que supo que era sábado y comería su helado favorito. Supo que ese día sería feliz, sin importar lo que pasara, sería feliz.
No podía dejarse abatir, pues sabía que su vida sería tan buena, en la medida de que generara recuerdos buenos para recordarla. Así, con el cono entre sus manos, deleitaba su paladar saboreando su helado de fresa, tan natural, tan casero que podía sentir la pepitas de las fresas cuando lo comía. Nada ni nadie podía frustrar ese momento. Nadie excepto Iván. Mientras caminaban hacia el auto, al igual que Teo, Iván iba comiendo su helado de chocolate. Su hermano menor lo seguía por detrás muy despacio para no botar su helado. « ¡Mateo apúrate que mi papá ya nos deja!», le dijo esperando que pasara delante de él, para luego poner su pie para que tropezara. Todo fue muy rápido y muy lento a la vez. Teo tambaleó pero no cayó. Lo que si cayó al suelo fue su helado de fresa. El pequeño observó lentamente cómo caía esa cremosa bola rosada al suelo. Iván bajo la mirada con satisfacción. Estaba a punto de reventar a reír. Teo sintió una creciente humedad en sus ojos. Al parecer su felicidad se había opacado con ciertos tonos grises. Volteó la mirada hacia su hermano quién ya empezaba a señalarlo con su seboso dedo índice dispuesto a burlarse de él. No podía dejarse derrotar. Apretó sus puños con fuerza y volvió a mirar su helado. Y así con suma inmediatez, se puso de rodillas y rápidamente recogió helado volviéndolo a poner de vuelta a su cono. Luego, caminó con naturalidad, como si nada hubiera pasado. Iván enmudeció por la reacción de su hermano. Nada evitaría que ese día fuera feliz.



CHRISTIAN DAVID FHON TRIGOSO

miércoles, 30 de septiembre de 2009

NO TE CONOZCO...


No te conozco, no me conoces. Soy el viento que besa tu rostro, que duerme en tu pecho, que vuela en tu sonrisa. Te imagino pero aun no te he visto, te siento pero aun no te he tocado, te vivo pero aun no te he amado. Pues en verdad, no te amo, no te extraño, no te siento, no te olvido….. sólo sé que existes, y con eso es suficiente para amarte algún día. Quiero que me salves, me liberes de las cadenas del desamor, del sórdido pantano de la lujuria, del círculo vicioso de mi conciencia, del ingrato paso del tiempo. Te imagino dormida en mi regazo, sirviéndome café, haciéndome el amor, llenando los espacios de mi existencia…. dándole sentido a mi vida. Y aunque seas sólo un espejismo, una idealización de la mente, una sombra en el pudor…. Te necesito, para completar las madrugadas, para sentir calor en mis manos, para justificar mi presencia y formar parte de algo…formar parte de ti…..
Eres el intervalo entre la cordura y mi embriaguez, el más sublime de mis sueños, el capricho más fatal de mi jactancia, tomar de tu mano sería el sendero más luminoso a seguir, ¿a la gloria o la perdición?, ¿al cielo o al infierno?, no lo sé, ¿lo sabes tú?.... Necesito encontrarte, formar parte de tus pasiones desmesuradas, ser el príncipe de tus cuentos, el payaso de tus circos, el lucero de tus cielos, el sol de tus ocasos….
Y así será el rocío de tus lágrimas, el bálsamo que me redima, que me haga volar en arriba de mil cielos, y ver desde lo alto cuánto tu efecto a hecho en mi. Quiero que mis hijos tengan tu mirada, que mi niña tenga tu pasión, esa predisposición plena de enfrentarse a cualquier adversidad con su propia fuerza, y aunque todo el mundo cambie y las fronteras entre el conocimiento y la moralidad fluctúen con mayor fuerza que una veleta en medio de una tormenta, ella se mantenga firme a sus principios, al amor que tú y yo le supimos dar….
Entre el desamparo que inunda las vidas que me quedan, tú resultas ser la única cuota de razón que poseo, todo pasa extraño, sin sentido, sin color… muerto de sed te conviertes en algo más que una necesidad, que una adicción…. Eres el gris en todas las fotos del invierno en que vivo, lo pintoresco de todos mis arco iris…..
Pues si el amor tiene nombre…. es el tuyo, si tiene forma….es la de tu cuerpo, pues si existe definición de amor esa eres tú…claro…sólo ….si existe…..

AUTOR: CHRISTIAN DAVID FHON TRIGOSO

sábado, 1 de agosto de 2009

HUANCHACO - CUENTO



Sentado en el suelo, Diego se había dejado caer apoyando su espalda contra una de las paredes de su habitación, deslizándose hasta aterrizar lentamente sobre el parqué. Dentro de su ser, imperaba una ansiedad implacable que mantenía sus manos más sudorosas de lo normal y a su respiración un tanto entrecortada. Sus manos siempre sudaban, pues eran como las de su padre, así como la mayoría de sus rasgos físicos salvo sus ojos, los cuales eran de un verde esmeralda heredado de su madre. Volvió a mirar el reloj por cuarta vez, deseando detener el tiempo con su mirada. Cuatro y media, no llamará, pensó. «Probablemente aún no se recupera de su fiebre de sábado por la noche», dijo sarcásticamente para si mismo, haciendo alusión a las eventuales resacas que padecía Allison los domingos hasta avanzadas horas de la tarde. Hubo algunas oportunidades en las cuales lo había dejado varado involuntariamente, por distintas circunstancias, pero en esta en particular, Diego le puso una cuota inusual de esperanza, tal vez porque presagiaba que sería una de las últimas. Allison llevaba media hora de retraso, lo cual era un parámetro normal en sus citas, sin embargo, eso ahora ocupaba un segundo plano pues habían planificado ir a la playa de Huanchaco desde hace ya algunas semanas, pero nunca se había concretado. Desesperanzado miro su celular una vez más, y al ver su inmutación, agachó su taciturna mirada nuevamente.
Era apenas el comienzo del invierno del 2008 en la ciudad de Trujillo, las nubes se agazapaban tras un cielo color ceniza, de tal forma que perdían individualidad formando parte de un mismo techo gris. Dado el enigmático color del cielo, no se podía discernir la hora exacta sin dejar de observar el reloj, parecía ser las seis de la mañana o de la tarde. Al otro lado de la ciudad, Allison luchaba desganadamente contra el tiempo mientras cepillaba su cabello frente al espejo. Se observaba con suma delicadeza, sus ojos, sus cejas, los bordes de su rostro, sin perder cuidado hasta en el mínimo detalle. Puso un labial muy ligero sobre sus suaves labios, no quería llamar demasiado la atención, sólo quería verse formalmente presentable mas no demasiado elegante. Es por ello que sólo vestía un pantalón, casaca jean y unos valerines plateados, y sobretodo, sea lo que vistiera, siempre llevaba alguna prenda de su color favorito, en este caso había sido su camiseta. Antes de poner rimel azul a sus pestañas se acercó al vidrio para delinear el borde inferior de sus parpados. Viéndose directamente, el color café de sus ojos trajo a relucir una leve sonrisa inesperada. «Diego, tus esmeraldas», dijo evocando el color de sus enamorados ojos. Era ese mismo color del que habían pintado juntos las paredes de la habitación de Diego los primeros días de febrero, y era también esa misma pared sobre la cual él estaba recostado en ese preciso momento, la que tocó Allison al entrar por primera vez a aquél lugar. «Y esta es mi cueva», le dijo al entrar aquella vez, extendiendo sus palmas hacia arriba, mientras ella acaparaba su visión en todos los rincones de la habitación. Librero al costado izquierdo, escritorio al derecho y su cama en el centro, simple como eso. La iluminación la brindaba la luz tenue de un fluorescente esquinado junto con los infalibles rayos del sol que penetraban desde las dos amplias ventanas del fondo, cubiertas de manera truculenta por dos persianas blancas que se cerraban como pestañas. Diego era estudiante de literatura en la Universidad de San Fernando, ello era el emblema de una de sus más profundas pasiones: los libros. Esto lo evidenció ella misma, cuando al caminar dentro constató la presencia de libros de diversos géneros literarios como novelas, poesía, cuentos, donde desfilaban autores desde Dante Alighieri, hasta el escritor de la colección completa del Libro de Preguntas y Respuestas de Carlitos y Snoopy. Se detuvo primero unos segundos en el umbral observando cada objeto. Luego camino detenidamente hacia el interior. Sus pasos eran pausados, como quien analiza algo. Se detuvo frente al escritorio, y volviendo su vista hacia el, dio un suspiro con un gesto negativo.
- ¿Y, qué te parece?.
- Bueno como dijiste, literalmente es tu cueva.
- ¿Cómo?.
- No se, la encuentro algo común. Como que le falta ¿no?. – le dijo Allison poniendo sus manos en la cintura.
- “Como que le falta algo” – repitió Diego despacio. ¿Algo de qué?.
- Algo de mí pues tontito. Es decir, de mi efecto - replicó con un gesto infantil. Comenzando con estas paredes por ejemplo, están cubiertas con este celeste pálido, parece posta médica. Necesitas algo más vivo, ¿y estas persianas?. Dios santo, tú vives en un hospital. ¿Y este …?, momento, ¿qué es esto?.


Allison clavó su mirada en un póster que estaba al costado del librero. Era Rachel Mcadams, una hermosa actriz hollywoodense que se hizo famosa por la película “Wedding Crashers” en el 2005. En aquel cartel, la actriz vestía una blusa blanca con un sugestivo escote en cuello be y una faldita de secretaria seductora, dejando caer su sedoso cabello castaño hasta la altura de sus hombros. Sostenía un teléfono rojo introduciendo el dedo meñique entre la comisura de sus labios, en medio de una traviesa sonrisa. Formal pero picantemente sexy a la vez.
- Ahh, ya veo. Qué interesante.
- Vamos es sólo un póster.
- Ajá, si claro por supuesto, y el infierno sólo un sauna, nadie niega eso. -
Un momento, hueles eso. – dijo Diego frunciendo su ceño de forma sospechosa. ¿lo hueles?.
- No, no huelo nada. – inhaló despacio.
- ¿Qué no lo hueles?, son ¡celos!, están en el ambiente.
- Qué gracioso. ¿Eso te parece?.- volvió su vista hacia el póster - O sea que ese es tu prototipo de mujer. ¿Blancas, onduladas, cabello castaño, ojos verdes y generosamente voluptuosas y obscenas?, muy “ambicioso” de tu parte.
- Vamos Alli, no empieces, yo no tengo prototipo de mujer, y si es que tuviera uno, ese serías tu. – le dijo Diego cogiendo su rostro suavemente con ambos manos.
- No joven, nada de eso. – soltándose. No te me emociones, además que yo recuerde entre usted y yo no existe más que una cordial amistad.
- ¿Así?.
- Así es. Y dado las circunstancias, yo misma me voy a encargar de renovar tu dormitorio.

Cuestionamiento certero. Pero aunque era cierto que entre ambos no existía algún vínculo sentimental de mayor nivel que una simple amistad, ambos sabían que algo escondían atrás de sus miradas. Un fuego que apenas y prendía encenderse. Allison gozaba de una belleza única, era una mujer con una personalidad bien definida, con pleno conocimiento de qué es lo que quiere en la vida y cómo exactamente conseguirlo. No perdía el tiempo en conjeturas filosóficas, era más bien práctica, inteligente, de aquellas personas para quienes el éxito es algo inevitable. No ponía obstáculos a sus ilusiones o caprichos más extravagantes, pues siempre había alguien – para lo segundo mayormente – que estaba dispuesto en concretar dicha realización. Sus progenitores eran de culturas distintas. Su madre, Valeria Macedo Bueza, era bailarina profesional, directora del Instituto de Danza Moderna de la ciudad de Trujillo. Siendo aún muy joven fue a vivir a Cuba con los abuelos Allison, ambos médicos, una década después del derrocamiento de Fulgencio Batista por efecto de la revolución cubana. Y fue allí donde su madre aprendió a amar esa cultura, a la lucha social, a las noches de rumba en el Yacht and Country Club de la Habana, a tal punto que dicha pasión se convirtió en una forma de vida. Estudió danza profesionalmente en la Habana y se enamoró de un joven cubano llamado Silvio Acosta Villaverde, y juntos regresaron al Perú a principios de los ochenta. Allison de todo ello, heredó los ojos cafés de su padre, así como su picardía, su locura y su bohemia. De su madre, además de su contorneado cuerpo y su trigueña piel, quedó entre sus principales rasgos su profundidad, su sabiduría y su obstinación.
Así fue, que con suma inmediatez esa misma tarde, aprovechando que los padres de Diego se encontraban fuera de la ciudad por un viaje de negocios, fueron juntos a ejecutar el plan operativo para la remodelación de la habitación. Compraron pintura, edredones, adornos, sábanas, una de seria de cosas. Todo de un mismo color pero en diferente tono. Como dos niños jugueteando con temperas, pintaron todas las paredes, así como sus rostros, cabellos y overoles, entre tiernas sonrisas y discretas indirectas amorosas. Luego finalmente, muertos de cansancio quedaron tirados sobre el parqué. Diego encerró su visión en la de ella en mitad de una sonrisa, idealizando apenas que todo pudiera curar las heridas de Allison, hacerla salir de aquel túnel emocional que había sido el término de su relación con Guillermo. Sentir su sublime mirada, verse reflejada en sus ojos, la redimía en gran parte de las penurias que la aquejaban. Y como si fueran la entrada a un desconocido manantial cristalino, se acercó lentamente. El quería sentir el suave rosar de sus labios, ella quería escapar de los sótanos más profundos de su melancolía. Ambos podían sentir sus respiraciones cerca, a un centímetro apenas. Sin embargo, algo la detuvo. «Me olvidaba traje algo para ti», dijo parándose rápidamente. Contrariado, él se puso de pie en medio de su estupor. Mientras aún trataba de racionalizar aquella reacción, ella apareció con un cuadro de un paisaje hermoso pintado con oleos muy pintorescos. Lo primero que aparecía a la vista era un bote de madera rústica y vieja, amarrado a un árbol muy cerca a la orilla del mar. Tanto el bote como el árbol, por su colorido especial otorgaban una sensación sombría de desolación. Sin embargo, luego de aquel solitario bote, se apreciaba un paisaje encantador, lleno de cataratas de agua cristalina como diamantes, entre una vegetación inmensa y entrañable, donde el sol lucero de la mañana, disipaba hasta el mínimo rincón de taciturnidad. Obviamente existía una connotación metafórica en aquellas formas y pinceladas, entre esas sombras y colores profundos. Sus verdes ojos se adormitaron pretendiendo descubrir el trasfondo. «¿Te gusta?», le dijo mientras lo colgaba en la pared. Luego, se paró bajo el umbral observando todo panorámicamente, y cual artista que termina de crear una pieza de arte le dijo: «Bueno, mi trabajo aquí ha terminado. Ahora cada vez que entres aquí, no podrás dejar de pensar en mí». El volteó la vista hacia el lugar, todo era de color verde, cada objeto, cada rincón, cada detalle. Tiene razón, pensó. Ahora una sugestiva sensación lo invadía en pensar, que sea lo que pasara luego entre ellos dos, siempre podría recordarla con el simple hecho de entrar a esa habitación.
Toda esa evocación era para Diego como una suave brisa de mar. Las cosas habían cambiado tanto. Ahora, la presencia de Allison era como la de una estrella que parpadea lentamente en el firmamento: inconstante e intermitente. Era como si por clásicas leyes de la física sus vínculos que al inicio subieron de manera rápida, ahora estaban condenados paulatinamente ha desfallecer.
Fueron los primeros acordes de aquella melodía los que le hicieron volver a la realidad, estremeciéndolo hasta lo más profundo de sus tuétanos. «Ya no quería nada, mi alma estaba herida…. », era la canción Bonita del cantante colombiano Cabas que sonaba en su celular cada vez que Allison llamaba. «Ya no sentía nada, que no fuera dolor». Trató de sacudirse de la bruma emocional que cargaba, recuperando la compostura de manera sorpresiva.
- Allison Acosta Macedo.
- Lo sé, lo sé, estoy tarde, créeme que lo sé.
- ¿Ubicación?
- Estoy en el taxi a unas calles de tu casa. Por favor espérame donde siempre que ya estoy cerca.
- Ok, ahora mismo salgo a tu encuentro.

Mientras conversaban, el intrépido chofer que llevaba a Allison, no quitaba su vista al revelador escote que llevaba la señorita, parecía engatusado que hasta las babas se le caían sobre el timón. Obviamente ella lo había notado, y para detener a su morbosa imaginación le preguntó: «¿Cuánto le debo señor?». Ruborizado al volver de su ensueño respondió: «Nada señorita, sólo su grata presencia». Para el momento en que el vehículo se estacionó, Diego daba sus últimos pasos para llegar a la esquina en la cual siempre se citaban. Ella salió dando un golpe brusco a la puerta y arrojando unas monedas en el interior, mientras vociferaba una serie de frases no muy educativas al conductor. «Siempre adoré tu elocuencia», le dijo Diego tratando de bromear para calmar sus ánimos. Tomaron otro taxi casi de inmediato y a pedido Allison con “chofer no morboso por favor”, y se encaminaron en la travesía de catorce kilómetros al noroeste de la ciudad de Trujillo hasta la playa de Huanchaco.

Durante el trayecto casi no cruzaron palabra. Ella tenía la vista perdida en las pequeñas dunas que se acaparaban al costado de la carretera, él por otro lado se encontraba en el hallazgo de entablar alguna conversación interesante, o al menos que capte su atención, pero sus intentos eran fallidos. Hasta que justo antes de llegar al óvalo principal que se dirige al balneario, se ubican una serie de bungalows con nombres muy evidentes, que dejan en claro que si vas a alguno de ellos, podrás conocer más “íntimamente” a tu acompañante. Uno en particular captó la atención de ambos, cuyo nombre se encontraba escrito en un letrero luminoso de regular tamaño: “El Paraíso de Afrodita” decía con corazones entrelazados. Diego sonrió volteando hacia ella, levantó las cejas observándola con una persuasiva mirada. «Ni en el mejor de tus sueños», le respondió.
Ya cuando la imaginación se le agotaba, pudieron visualizar finalmente las primeras olas verduscas de la playa de Huanchaco. El sol aún estaba en la mitad del cielo, antes de llegar al ocaso. El viento soplaba lentamente, llevando con el, pequeñas bocanadas de arena blanca. Decidieron bajar en la entrada del balneario cerca de un restaurante donde vendían comida típica como cachangas, papa rellena, anticuchos y otras delicias del arte culinario peruano, para luego caminar hasta el muelle. Por todo el contexto que los rodeaba, Diego deseaba aprovechar esta oportunidad para conversar íntimamente con Allison, hacer que su presencia no sólo sea un reporte semanal o mensual. Traerla de vuelta a su vida, para no dejarla ir jamás. Ella por el contrario no deseaba lastimarlo con los truenos de las nubes en su cabeza. Sólo deseaba salir de la laguna negra de su tristeza. Olvidar sus heridas…sus huellas…

«¿Porqué no nos sentamos aquí?», dijo él señalando un sardinel de rocas y cemento al pie de la arena. Una vez sentados frente a la inmensidad del océano, el aire se hizo menos denso, sus sentidos se relajaron dejándose llevar por el vaivén de las olas. La brisa les rozaba suavemente el rostro, dándoles el sosiego suficiente para charlar tranquilos. Ella sujetó su cabello con delicadeza mientras él la observaba con detenimiento. La vio muy hermosa, quizá lo más hermosa que jamás la había visto. Pero no era eso lo que le atraía de ella, sino que muy por el contrario de lo externo, eran aquellos instantes, cuando a través de las pequeñas grietas de su corazón, podía conversar abiertamente con ella y sentir, una afinidad completa, sentir que podía ser el mismo sin ningún tipo de prejuicio o preocupación, podía soltar sus más salvajes excentricidades y hasta liberar el más profundo de sus pesares. Allison para él, era una persona con quién podía conversar de manera seria, comprendiendo tu sensibilidad, o con quién reír hasta el cansancio y ya no poder más.
- Hay algo que he querido decirte, desde hace algún tiempo.
- ¿Qué paso?, sabes que puedes confiar en…
- Pero necesito, – lo detuvo – necesito que cierres tus ojos.
- ¿Qué cierre mis ojos?, ¿qué me vas a hacer?. – le dijo con cara de niño.
- Confía en mí.
Diego asintió con la mirada y luego los cerró. Percibió que el silencio calentó el ambiente, pero lo cierto era que Allison se había acercado lentamente hacia él, pudiendo sentir su respiración cada vez más cerca. Ahora, la calidez de aquella mano en su rostro lo deshacía por dentro, sintiéndose aún más vulnerable. Con los ojos cerrados podía visualizar aquellos suaves labios sobre los suyos, sellando ese momento dentro de su top cinco de momentos más románticos en su vida. Sin embargo, ahora lo que sentía era dos manos que le apretaban fuertemente los tobillos, casi cortándole la circulación. Y eran esas mismas manos, las que ahora elevaban sus piernas de manera brusca hacia el cielo. Diego cayó en la arena como un tronco. Se vio golpeado, arenado y sucio, pudiendo escuchar entre risa y risa: «Pero qué cursi eres, nunca confíes en una Aries». Con eso basto para que comience la carrera. Saltando con suma inmediatez Diego fue tras de ella corriendo sobre la masa blanca y blanda que tenía bajo sus pies. Sus apresurados pasos salpicaban arena a la poca gente que estaba en la playa provocando todo tipo de reacciones. «Jóvenes, tontos y enamorados», dijo una señora a la cual acaban de pasar. El podía sentir cómo el corazón se le atoraba en la garganta mientras su respiración entrecortada le quitaba el aliento. Estaba a un metro nada más, ya casi la podía tocar con la punta de los dedos. Ella corría veloz mientras intercambiaban sonrisas. Parecían juguetear como dos niños en un parque. Pero justo cuando sentía que ya no podía más, saltó estirándose hacia ella en una muestra sacrificio final por alcanzarla. El sutil toque en su espalda hizo que Allison fingiera una “aparatosa” caída. El declive fue leve, permaneciendo recostada en el suelo con la mirada absorta hacia abajo. «¡Ahhh qué es esto!, qué asco», dijo clavada en la arena sosteniendo una especie de trapo húmedo. A la poca distancia pudo divisar, luego que ella extendiera aquel trapo, que no era más que la parte inferior de una ropa de baño femenina, un hilo dental a decir verdad, todo sórdido y marranoso. Lo soltó súbitamente en un acto de repugnancia para que luego suelten una ráfaga interminable de carcajadas. Fue una anécdota demasiado cómica.
Caminaron durante algunos minutos cerca de la orilla, tomados de la mano se sentían más seguros. Los rayos del sol hacían brillar el agua como si hubiera miles de cristales sobre ella, o como si fuera el espejo de un cielo estrellado. Al otro lado de carretera, varios edificios se agrupaban con arquitectura prodigiosa. Fueron construidos para que las familias más pudientes puedan veranear todos los años en esa playa, pues eran los BMW y las Hummers H3, los delatores. Cada uno poseía varios balcones con vista al mar.
- Sería excelente vivir en uno de esos - le dijo señalando un edificio blanco.
- ¿Te gustaría vivir siempre en la playa? – esbozó ella de forma antagónica – aparte de estar lejos de la ciudad, aquí el verano sólo dura tres meses.
- No lo digo por eso, es más prefiero la playa en invierno. Sería perfecto porque así podrías venir a visitarme cualquiera día, te prepararía una deliciosa cena romántica a la luz de las velas, música suave y todo.
- ¿Así? – dijo mostrando sensual interés. ¿Y luego?
- Bueno, luego después de cenar nos iríamos a dormir.
- ¿Cómo?.
- Bueno, en realidad tú dormirías, porque me quedaría despierto viéndote dormir hasta el amanecer.
Su respuesta le arrebató el cómico erotismo a la conversación. No supo cómo responderle. Esta vez al igual que otras, el silencio sería lo más concreto que percibirían luego de una directa adulación. La insonoridad fue el declive que convirtió a los siguientes coloquios mucho más hondos, acompañándolos hasta que dieron sus primeros pasos en el muelle de Huanchaco. Sus pies abandonaron el rocoso sendero impregnado con ligeras grietas, para deslizarse sobre las añosas tablas del muelle, llenas de huellas marrones producto de las suelas de miles de personas que habían estado ahí antes. Se sentía contrariado, la incertidumbre volvía a él con una fuerza imperecedera. Dentro de su ser, una opresión lo vencía a quedarse callado, a rendirse entre las sombras, en simplemente caminar para pasear la vista y abandonarse, a él, a ella, a lo que pudieron haber vivido juntos. Cerró los ojos, sintiendo la brisa cada vez más fuerte en mitad del camino. Aferrando fuertemente sus manos a las desteñidas barandas, trato de encontrar las respuestas que necesitaba en aquella oscuridad, pero lo único que obtuvo fue el choque brutal de su subconsciente. En la penuria se vio parado frente a una pared de imágenes secuenciales que trataban de graficar toda la historia que vivió con Allison. Cuándo se conocieron, su primera cita, su primer beso y único beso, entre otras cosas. Algo que no pudo comprender provocó su acercamiento. Se vio junto a ella en una imagen que reflejaba su visita al muelle donde estaban en ese exacto momento, sin embargo, la siguiente imagen estaba dividida en dos, en una estaba él sentado solo y en la otra estaba Allison sonriendo junto a otra persona. Apretó con fuerza los párpados en medio de su confusión. No, no puedo dejar que eso suceda, pensó. Abrió ligeramente un hilo en su vista, era cierto….el sunset estaba cerca….La luz de sol lo iluminó de manera sutil por el rabillo de los ojos, apresurándolo tal vez en hacer algo, en concretar los fines por la cual el destino los había unido ese día, por motivos que tal vez la razón no sabría explicar.
Allison caminaba despacio dirigiéndose a una caseta con techo de tejas blancas, ubicada al final del muelle. Ya en ese extremo, se apoyó despacio sobre una de las maderas dando un largo suspiro, deseando disipar las negativas evocaciones que sangraban en su mente. El gélido aire parecía congelar su corazón. Apoyó sus codos sobre la baranda viendo la inmensidad del mar, del cielo….de su tristeza…. Tratando liberar su alma con el ir y venir de las olas.
Las verdes aguas chocaban de forma tenaz las ya oxidadas vigas del muelle a las que ahora fijaba su vista, perdida en el tiempo y en el contexto. El sol estaba próximo a caer.
- Debe ser precioso ¿no?. – le dijo mirando hacia el mar.
- ¿Qué cosa?.
- Tener a alguien especial.
- ¿Cómo especial?.
- Alguien en quién puedas confiar siempre, sin importar cualquier tipo de circunstancias, sabes que podrás contar con su compresión, con su abrazo e inclusive su hombro cuando quieras llorar. Alguien con quien puedas ser tu mismo, sin ningún prejuicio, compartir tu vida por completo, sentir todo tipo de sensaciones cuando esta cerca. Alguien con quién el sólo rosar de su piel te estremezca de profunda pasión, que con una sola mirada pueda entender cómo te sientes, qué es lo que te aqueja. Alguien que sepa leer tus silencios, que comprenda todas las connotaciones de la palabra “confianza”, que sepa todas las historias que vas a contar a otros, pero que disfruta escucharlas una y otra vez porque sabe que te lo contó primero a ti. Alguien con quien puedas conversar civilizadamente como adultos, y jugar tiernamente como niños…
Ella lo observaba mientras la humedad de sus ojos pretendía quebrarse frente a él. Cada vez que hablaba así, comprendía que tal vez nunca iba a poder determinar cuán profunda era la pasión de Diego. Esa pasión que la redimía en muchas maneras. El continuaba.
- … Alguien con quien puedas hacer el amor, pero también tener sexo una que otra vez. - Ja, ja, ja tonto – le dijo Allison mientras liberaba una sonrisa.
- ¿Tienes alguien así en tu vida?. - le dijo callando su risa.
- ¿Yo?, bueno, bueno…
- ¿Crees que yo podría ser ese alguien para ti algún día?.
- Ya lo eres Diego. – respondió luego de un ligero silencio.

Adulación directa, consecuencia lógica: silencio incómodo. No podía dejar pasar más minutos, el borde inferior del sol ya chocaba el final del mar. El sol se ocultaba hacia el oeste, tornando de color naranja el cielo. Debía aprovechar ese momento, detenerlo para que perdure a pesar del ajeno transcurrir del tiempo.
- Nunca había venido aquí. – le dijo.
- ¿Cómo?, pero pensé que habías venido con…
- No así – la detuvo -, venir contigo es como la primera vez. Quizás eso sea porque cada experiencia contigo para mi es inigualable.

Aquella última frase la paralizó, la debilitó, la quebró, justamente como ella deseaba. Tenía un hambre voraz de consuelo, de aferrarse a sus brazos para encontrar el sosiego que tanto necesitaba. Lo vio acercarse despacio mientras sentía el rozar de su nariz con la suya. Acarició su rostro con ambas manos, iluminándolo con los últimos rayos que el sol expedía antes de ocultarse. Se sintió débil, muy débil. La humedad de sus ojos parecía quebrarse en su mirada perdida. «Allison, yo te…» . Detuvo la frase con un beso, rozando suavemente sus labios sobre los de él, como muestra de un amor que nunca más volvió a sentir.
Ahora percibía humedad en la parte superior de las manos. Lágrimas se deslizaban sobre sus dedos.

- Yo también Diego – le dijo - yo también ....
Y se alejó rápidamente.
AUTOR: CHRISTIAN DAVID FHON TRIGOSO

viernes, 10 de julio de 2009

ELOGIO A JULIO GARRIDO MALAVER - ENSAYO




Para conocernos, muchas veces no es suficiente con la introspección. Resulta necesario implacablemente conocer los contextos, las connotaciones de nuestro patronímico, las luchas, victorias y hasta prisiones de nuestros antecesores. En nuestro ser, el código genético que se nos ha sido asignado, revolotea entre las sombrías profundidades de nuestra personalidad, haciendo que de un momento a otro, a veces, sobresalte algún comportamiento o rasgo que asumíamos muy ajeno a nuestro carácter. Antes de cuestionártelo, deberías en primer lugar mirar tus manos nada más, la profundidad de tus ojos, el reflejo de tu alma, y verás en todo ello, el arduo camino y las pesadas luchas de quienes te antecedieron. Lo reseñado tuvo orientación viable, cuando en una de las innumerables conversaciones sostenidas con mi padre en la sala de casa, tocamos someramente el invaluable legado de un destacado poeta lírico, novelista y pensador incansable como fue Julio Garrido Malaver, tío de mi padre. Hablar de él, es reseñar la historia de un hombre comprometido con la lucha social, casado con su ideas, y hasta algunas veces esclavo por ellas.
Julio nació en la pobreza de la localidad cajamarquina de Celendín, allá por el año 1909, y fue quizás, ese mismo contexto austero con el que nació, el impulso para trazarse un horizonte mucho más comprometido con su pueblo, aceptando como él decía, las cosas como son, para modificarlas en razón de sus convicciones más acendradas. Estudió leyes en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos – Lima y en la Universidad de Concepción en Chile, pero eso simplemente fue el inicio de una vida llena de travesías victoriosas y desventuradas por las que pasó Julio. Por mera reseña histórica, puesto que el presente artículo no pretende fines biográficos, este renombrado escritor realizó una activa labor como periodista siendo director del Diario “Norte” en nuestra ciudad de Trujillo, siendo un duro crítico del régimen oficialista durante el gobierno del General Velasco Alvarado, motivo por el cual fue encarcelado en 1971. Desarrolló actividad parlamentaria en cuatro oportunidades, tanto como diputado y senador, planteando, entre otras cuestiones, junto al destacado escritor y militante aprista Luis Alberto Sánchez, el proyecto de ley que nivelara los sueldos y cesantías de los profesores universitarios. Fue director del Instituto Regional de Cultura de Trujillo, alternando su labor cultural y conferencista, con la política entregada a la predica social, con un sentido humanitario, cristiano, de piedad para el pobre y de rebeldía contra el explotador. Lamentablemente, por cuestiones ideológicas y políticas, fue encarcelado injustamente en varias oportunidades, llegando incluso a ser internado en la prisión o islote carcelario denominado “El Frontón”, durante la década de los cuarenta.
Su obra literaria es el testimonio de una vida comprometida con los seres humanos, la naturaleza y los animales, goza de una conmovedora espontaneidad, cultivando obras poéticas y narrativas, siendo la más destacada “La Dimensión de La Piedra” (1955), la cual fue inspirada en prisión. Fue premiado en una serie de oportunidades, siendo nombrado Poeta de la Primavera en Chile (1937), por su “Canto a la reina primaveral”, laureado en los Juegos Florales Universitarios en San Marcos en Poesía y Novela con su “Canto a la primavera en varios momentos” y su novela “La Guacha”.
Bueno, como mencionamos en anteriores oportunidades, vayamos a los motivos sustanciales por el cual nos impulsamos en esbozar el presente artículo, es decir a la parte reflexiva del asunto, lo cual nos lleva inevitablemente a introducirnos al pensamiento de este escritor. ¿Cómo pensaba Julio Garrido Malaver?, ¿cómo veía al mundo, a la juventud, a la vida misma?.
Antes de responder esas preguntas, debemos aclarar, que a pesar que el contexto familiar que rodea al escritor del presente artículo, se encuentra muy orientado hacia el aprismo, debemos aclarar que no somos abanderados ni nos sentimos identificados con el mencionado partido político, del cual como es sabido, surgió uno de los más importantes ideólogos de Latinoamérica, como fue Víctor Raúl Haya de La Torre así como políticos embarrados por los fangos de la corrupción como es el caso de Rómulo León Alegría. Pues como me confesó mi padre en nuestro breve coloquio que mantuvimos, lo sorprendente de Julio Garrido no fue tal vez la eficacia políticamente comprobada de sus ideas, sino el compromiso, sacrificio y entrega que él asumía por las mismas. Era un hombre capaz de aguantar mil odioseas, prisiones y penurias por sus creencias, por sus convicciones, por dejar sentado su punto de vista. Eso muchas veces, es de mayor trascendencia que mantener una “democracia representativa” como un político atornillado a su curul, amarrado a su bancada o traicionándola por la espalda tras la bonanza de un venenoso soborno.
Para Julio, muchas palabras connotaban más que su ordinaria significación. La juventud por ejemplo, no era simplemente una etapa de la vida, cuyo vigor e ímpetu estaba determinado por la edad, puesto que para él la conceptualización de ésta palabra iba muchas allá de eso. “La juventud jamás podrá ser simplemente la edad que caracteriza los años bien o mal cumplidos. La juventud es la capacidad (….) para sentir, para vivir y expresar en concretas realidades las ideas que son valores esenciales de nuestros padres, de todos nuestros antepasados y de nosotros mismos, que de alguna manera somos la continuidad de ellos”. Ciertamente para Julio la juventud es fuerza, voluntad, destreza, para impartir nuestros pensamientos, para mantener la vigencia de nuestra lucha contra todo tipo de injusticias, una lucha intelectual, una lucha académica. Es por ello justamente, en esta línea de ideas, que una persona a pesar de haber llegado a los pisos más altos de la senectud, puede aún mantenerse joven a través de sus ideas, toda vez que para él, la vejez sólo acontece cuando el hombre llega al final de su camino, vacío de creencias y como el decía, cuando “apenas si es ya capaz para olvidarse de sus huesos, y sin poder siquiera reclamar una medida de luz para el polvo que será mañana sobre la tierra”.
De lo acotado en forma precedente, devino en el referido escritor una constante preocupación por las generaciones futuras, a quienes cuestionaba por la insatisfactoria elección de prioridades en sus vidas. Señalaba que las nuevas generaciones confunden su misión para la cual vinieron al mundo, pues otorgaban exclusividad al deleite, a la infecunda quema de energías, como si la vida misma fuera una incansable carrera hacia la muerte, meta donde al final se contabilizarían todo su catálogo de victorias materiales, de las que paradójicamente no quedarían más que sus difíciles e inútiles cadáveres.
De esta forma tan drástica exigía en nosotros, las nuevas generaciones, a una reacción inmediata, mediante la cual sean los jóvenes los campos fértiles dónde sembremos la semilla del cambio, para todos los sueños que hasta el alma más pobre pueda añorar. Nos pedía comprometernos con la humanidad, con nuestra verdadera misión, la lucha social contra las injusticias del explotador, del político corrupto y del régimen acosador.

Y así, finalmente cuando mi padre culminó nuestra conversación, dejó sentado el valuarte de lo que para él significa este escritor. Mi padre particularmente no se considera un aprista acérrimo, pero por la influencia ideológica de su tío adquirió muchos libros sobre el pensamiento aprista, y es que cuando esas ideas eran impartidas por el tío Julio, todo era completamente distinto, ya no era un partido el que predicaba demagógicamente, sino que era un testimonio de vida, de un hombre luchador, comprometido con sus convicciones las cuales invitaban al ensueño, a la idealización de una patria nueva, de un Perú justo, donde no existía discriminación ni clases sociales.
Lamento, muy profundamente, no haberte conocido de manera directa, pues en tus últimas visitas en nuestra casa, cuando ya te vencía las heridas de tantas batallas, los rezagos de tantos claustros, yo aún daba mis primeros pasos, sólo te escucha sin comprender, sin imaginar siquiera tus luchas, los tantos caminos que habías recorrido antes de llegar a nuestra sala.

Ahora cada vez que camino en la oficina de papá y veo tus libros en su librero recuerdo mis líneas favoritas de uno de tus libros:
“MUY POCO VALE TENER EN LA CUENTA POCOS AÑOS (….). LO QUE IMPORTA, PARA QUE EL HOMBRE SEA NUEVO, ES QUE SUSTENTE IDEAS QUE TENGAN LA VIRTUD DE NO ENVEJECER. IDEAS SIN EDAD, QUE NACIERON, NACEN Y SEGUIRÁN NACIENDO, DE LO PROFUNDO DE LOS HOMBRES Y DE LOS PUEBLOS ENTREGADOS A LA FAENA DE ENCONTRARLE A LA VIDA SUS LADOS DE GRACIA, DE JUSTICIA, DE BELLEZA Y AMOR”.Feliz centenario de tu natalicio, tío Julio. Pues es gracias a ti, cada día más me voy conociendo a mi mismo. Con cariño.


CHRISTIAN DAVID FHON TRIGOSO.

domingo, 22 de marzo de 2009

ORACION


Úsame Señor,
quiero ser tu siervo incondicional.
Quita el egoísmo de mi corazón,
y enséñame como quieres que sea.
Quiero bañar de humildad mi ser,
ser el último entre todos,
pero para ti el primero,
el primero que tenga el privilegio de servirte.
Perdóname Padre,
perdóname por mi falta de amor,
Una oportunidad,
es lo único que te pido mi Señor
y que pase mucho tiempo,
y con mi blanca cabellera y mi lento caminar,
pueda seguir sirviéndote con todo mi corazón.
Y que mi último suspiro de aliento,
sea para ti Señor,
Y así, pueda morir en paz.

CHRISTIAN DAVID FHON TRIGOSO