Muchos dicen que una acción, un gesto o una actitud valen más que mil palabras. Para otros sin embargo, hay palabras que por el sólo hecho de ser pronunciadas, hace que retumben en nuestro subconsciente por mucho más de lo que uno pudiera imaginar, redarguyendo, e inclusive hiriendo nuestra mente de la forma más devastadora. Frases dichas entre dientes, palabras irascibles, camufladas entre una sonrisa hipócrita o una mirada despectiva. Nos acechan todo el tiempo esperando un instante de debilidad, de extrema flaqueza, cuando la sensibilidad está al tope y el corazón a cuestas, sobresaltan sigilosas y nos rodean con su veneno, destruyéndonos sutilmente sin que podamos darnos cuenta a tiempo.
Fuera de ello, personalmente considero que más que las palabras, gestos, o actitudes que podamos decir o realizar, en algunos casos son los silencios los que pueden ser más determinantes. Las cosas que dejamos de decir, esa inmutación agresiva de los labios, la densidad implacable del aire, se desliza, baila en nuestro entorno ante la insatisfacción masiva de una necesidad sin sentido: la necesidad del sonido. Pueden tener una multiplicidad de connotaciones: orgullo, timidez, soberbia, obstinación, ternura, amor, odio, pero siempre chocan en esa pared de viento sólido, sin saber que todo en está vida, toda cuestión se reduce a una sola palabra: confianza. Nos obligan casi imperativamente a ir más allá de lo que puedan denotar las palabras, nos convierten en lectores de los actos.
Contigo aprendí desde muy pequeño, a descifrar el significado de tus silencios, sin ni siquiera cuestionar el por qué de tu reserva gélida, de tu excesiva diplomacia y tu pose displicente a cualquier muestra de cariño: un abrazo, un beso, algunas palabras de ánimo, eran para ti un idioma foráneo, ininteligible, extraño, casi insonoro. Si abrías los labios, emitías algún sonido, cierta oración, aunque no tenga sentido por completo, era una revelación divina. Pese a ello, con el tiempo, me volví un experto en la lectura de tus actitudes, movimientos o acciones. Te seguía sin que tal vez te dieras cuenta, debajo de tu escritorio, en el asiento trasero del auto, hasta algunas veces escondido en las inmediaciones de tu closet, aprendía de ti, de tus sonrisas, de tus gruñidos, de tus lágrimas, de tu lenguaje de inmutación. Mamá siempre decía que eras así porque no habías tenido papá, tal vez fue por eso que cuando apenas tenía cinco años me empeciné en darte cariño, bastaba que te viera en casa y corría hacia ti abrazándote con fuerza. Aun puedo recordar la sorpresa de tu expresión, pareciera que fue ayer cuando apenas podía alcanzar tu cintura con mis brazos. Esas sonrisas solapadas dormirán siempre en los bolsillos de ese saco marrón.
Dicen los psicólogos que para construir una base emocional sólida en nuestros hijos, debemos trabajar en su autoestima. Hacerles sentir que viven bajo ambiente equilibrado, saber que son amados por sus padres, les da la libertad de desarrollar su personalidad de manera plena, sin temor a ser ellos mismos, exploran el mundo a su manera, pues tienen confianza en sus capacidades y virtudes porque son sus padres quienes les brindan esa seguridad dentro del hogar. Mi madre muy devota a este razonamiento, y dotada siempre de aquel inherente instinto maternal que tienen las mujeres, nos adornaba con los más elocuentes elogios, cada mínimo detalle alcanzado por sus hijos, era una hazaña incomparable, pues claro, como los hijos de uno, no es ninguno. Nosotros éramos los más valientes, los más inteligentes, los más guapos, sin entender que somos tan imperfectos como cualquier persona. Hay días en que casi me persuado en creer, que la imperfección es la virtud más valiosa del ser humano. Quizá esta premisa tú la tenías bien en claro desde un inicio, es por eso que callabas, o puede ser que me encuentre errado y sea porque lo que dice mamá, porque no tuviste padre. O tal vez me vuelva a equivocar, y eres mudo porque simplemente tú eres así, o porque se te da la gana de serlo, o porqué te importa un bledo los demás qué sé yo. ¿O es que con tu silencio nos tratas de decir algo?. ¿Existe algún secreto en el viento?. ¿Qué escondes tras tú mirada?. ¿Lo sabes tú siquiera?.
Hay otros días sin embargo, en que ya no le encuentro razones.
Sea porque lo que fuere - y créeme esta vez-, no me importa. Tus razones son para mí por demás innecesarias. Sólo necesito hoy de ti, que te sientes a mi lado, y seas mi papá. Claro, deberás cumplir al extremo con todo lo que esa palabra connota. Quiero reír con tus bromas tontas, perderme en el tiempo tras una buena plática. Quiero que me cuentes tus locuras de joven, que me hables de mujeres, de la vida, de tu bohemia – si porque eso lo heredé de ti -, quiero que me hables de sexo, quiero que me hables de amor, quiero que me enseñes a pedir perdón. Quiero que me enseñes a comer helado, porque aun en mí ya tardía juventud todavía no aprendo, quiero que me hables de tu familia, pues realmente no conozco a nadie porque según tú no vale la pena tenerlos cerca. Quiero que me hables de ti, de tus errores, de tus aciertos, y de tus aun no tan aciertos.
Pues puede ser que esta secuencia de imágenes llamada vida, no sea más que un viaje ingrato, ajeno, que no conoce de sentimientos, de anhelos, ni de sueños. Que no sabe por lo que morimos y por lo que daríamos más de una de una vida de las que nos quedan. No quiero que llegue el día papá, en que vuelva a mirar las palmas de mis manos, tan arrugadas y delineadas como las tuyas, y sienta nuevamente este vuelco en el corazón, este vértigo de melancolía, que es saber que aun estás a mi lado, que dormimos en el mismo techo todos los días, pero pareciera que nunca te conocí…..
Fuera de ello, personalmente considero que más que las palabras, gestos, o actitudes que podamos decir o realizar, en algunos casos son los silencios los que pueden ser más determinantes. Las cosas que dejamos de decir, esa inmutación agresiva de los labios, la densidad implacable del aire, se desliza, baila en nuestro entorno ante la insatisfacción masiva de una necesidad sin sentido: la necesidad del sonido. Pueden tener una multiplicidad de connotaciones: orgullo, timidez, soberbia, obstinación, ternura, amor, odio, pero siempre chocan en esa pared de viento sólido, sin saber que todo en está vida, toda cuestión se reduce a una sola palabra: confianza. Nos obligan casi imperativamente a ir más allá de lo que puedan denotar las palabras, nos convierten en lectores de los actos.
Contigo aprendí desde muy pequeño, a descifrar el significado de tus silencios, sin ni siquiera cuestionar el por qué de tu reserva gélida, de tu excesiva diplomacia y tu pose displicente a cualquier muestra de cariño: un abrazo, un beso, algunas palabras de ánimo, eran para ti un idioma foráneo, ininteligible, extraño, casi insonoro. Si abrías los labios, emitías algún sonido, cierta oración, aunque no tenga sentido por completo, era una revelación divina. Pese a ello, con el tiempo, me volví un experto en la lectura de tus actitudes, movimientos o acciones. Te seguía sin que tal vez te dieras cuenta, debajo de tu escritorio, en el asiento trasero del auto, hasta algunas veces escondido en las inmediaciones de tu closet, aprendía de ti, de tus sonrisas, de tus gruñidos, de tus lágrimas, de tu lenguaje de inmutación. Mamá siempre decía que eras así porque no habías tenido papá, tal vez fue por eso que cuando apenas tenía cinco años me empeciné en darte cariño, bastaba que te viera en casa y corría hacia ti abrazándote con fuerza. Aun puedo recordar la sorpresa de tu expresión, pareciera que fue ayer cuando apenas podía alcanzar tu cintura con mis brazos. Esas sonrisas solapadas dormirán siempre en los bolsillos de ese saco marrón.
Dicen los psicólogos que para construir una base emocional sólida en nuestros hijos, debemos trabajar en su autoestima. Hacerles sentir que viven bajo ambiente equilibrado, saber que son amados por sus padres, les da la libertad de desarrollar su personalidad de manera plena, sin temor a ser ellos mismos, exploran el mundo a su manera, pues tienen confianza en sus capacidades y virtudes porque son sus padres quienes les brindan esa seguridad dentro del hogar. Mi madre muy devota a este razonamiento, y dotada siempre de aquel inherente instinto maternal que tienen las mujeres, nos adornaba con los más elocuentes elogios, cada mínimo detalle alcanzado por sus hijos, era una hazaña incomparable, pues claro, como los hijos de uno, no es ninguno. Nosotros éramos los más valientes, los más inteligentes, los más guapos, sin entender que somos tan imperfectos como cualquier persona. Hay días en que casi me persuado en creer, que la imperfección es la virtud más valiosa del ser humano. Quizá esta premisa tú la tenías bien en claro desde un inicio, es por eso que callabas, o puede ser que me encuentre errado y sea porque lo que dice mamá, porque no tuviste padre. O tal vez me vuelva a equivocar, y eres mudo porque simplemente tú eres así, o porque se te da la gana de serlo, o porqué te importa un bledo los demás qué sé yo. ¿O es que con tu silencio nos tratas de decir algo?. ¿Existe algún secreto en el viento?. ¿Qué escondes tras tú mirada?. ¿Lo sabes tú siquiera?.
Hay otros días sin embargo, en que ya no le encuentro razones.
Sea porque lo que fuere - y créeme esta vez-, no me importa. Tus razones son para mí por demás innecesarias. Sólo necesito hoy de ti, que te sientes a mi lado, y seas mi papá. Claro, deberás cumplir al extremo con todo lo que esa palabra connota. Quiero reír con tus bromas tontas, perderme en el tiempo tras una buena plática. Quiero que me cuentes tus locuras de joven, que me hables de mujeres, de la vida, de tu bohemia – si porque eso lo heredé de ti -, quiero que me hables de sexo, quiero que me hables de amor, quiero que me enseñes a pedir perdón. Quiero que me enseñes a comer helado, porque aun en mí ya tardía juventud todavía no aprendo, quiero que me hables de tu familia, pues realmente no conozco a nadie porque según tú no vale la pena tenerlos cerca. Quiero que me hables de ti, de tus errores, de tus aciertos, y de tus aun no tan aciertos.
Pues puede ser que esta secuencia de imágenes llamada vida, no sea más que un viaje ingrato, ajeno, que no conoce de sentimientos, de anhelos, ni de sueños. Que no sabe por lo que morimos y por lo que daríamos más de una de una vida de las que nos quedan. No quiero que llegue el día papá, en que vuelva a mirar las palmas de mis manos, tan arrugadas y delineadas como las tuyas, y sienta nuevamente este vuelco en el corazón, este vértigo de melancolía, que es saber que aun estás a mi lado, que dormimos en el mismo techo todos los días, pero pareciera que nunca te conocí…..
¡Felíz día Papá!...
2 comentarios:
Y él sabe todo esto???... Si aún no lo sabe, díselo... No esperes que cambie si no sabe lo que hace de forma tal vez ignorante.. Porque él no se ve sabes?? Los ojos los tenemos ubicados en un sitio que nos da la posibilidad se ver al resto, haciendo difícil en vernos a nosotros mismos... Espero que algún día tengas la dicha de hablar y expresarte con él como lo haces en estas líneas...
Opino lo mismo...nadie sabrá lo que inunda tu mente...díselo ahora o cuanto antes, nuestros padres no son eternos...
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