CAPÍTULO IV: El camino hacia Ciudad Primavera (mi primer disco)
Estaba decido a hacerlo. Y sabía
que iba a lograrlo. Pero ¿cómo?. ¿ Cómo iba a lograrlo?.
Era el verano del 2018 y hacía
apenas unos días que había tomado la decisión imperiosa de dedicar la totalidad
de mis esfuerzos en concretar mi anhelo
más profuso: grabar mi primer disco. Para ser más claro, la decisión en sí,
abarcaba además una globalidad de pequeñas metas vinculadas a la música, tales
como volver a tocar en vivo, ensayar todos los días, estudiar más sobre técnica musical, entre
otras cosas, es decir, dedicar de lleno
un año entero a la música. Es verdad que todo esto resultaba algo pretencioso,
pues existían variables y circunstancias que probablemente no hubiera podido
controlar, y que en efecto no pude, pero me entusiasmaba en sobremanera el
hecho de ponerme al límite, al pie del cañón. Ese vértigo del no saber qué va a
pasar, me otorgaba una sensación de vitalidad
única, equiparable sólo con esa
bruma emocional que se apodera del músico al momento de subir por primera vez al
escenario. Hay que tener un buen par de “pelotas” bien puestas para enfrentar a
lo desconocido.
Y bueno, como relaté en un capítulo
anterior de esta crónica, ya había tenido una experiencia desafortunada al
intentar grabar mis canciones en un estudio, por lo que esta vez tomaría muchas
precauciones para encaminar este proyecto hacía un final feliz. Recuerdo las
acciones que reflejaban mi determinación: busqué en internet referencias de los
mejores estudios de grabación en la capital de mi país, apunté una decena de
nombres de productores musicales e ingenieros de sonido con los que me hubiera
gustado trabajar, hice llamadas, consultas,
presupuestos, visitas, todo ello a fin de no dejar algún cabo suelto. El plan era simple: viajaría a Lima durante
mis vacaciones para grabar mi primer disco de cinco canciones en un mes. Suena
simple, ¿verdad que sí?. Pues no lo era y no lo fue. No sólo porque su
concretización implicaba cuadrar una infinidad de cosas, sino porque además es
realmente complicado agendar con tantas personas a la vez (productor, ingeniero
de sonido, músicos, estudio, etc). Sólo había una cosa en el mundo que haría
que todas estas personas me otorgaran la prioridad necesaria: el dinero. Sí, el
cochino dinero. Pues bien, en ese tema tampoco era como que andaba holgado,
tenía ciertos ahorros pero no era mucho. En algún momento me frustré, el tiempo
transcurría hacia la fecha límite y nada parecía resultar de acuerdo a lo
planeado. Como resultado de mi búsqueda obtuve todo tipo de respuestas: buenas,
malas y hasta incluso algunas curiosamente insólitas. Es anecdótico como
algunas personas ven tus sueños de una manera tan frívola o hasta superficial.
Tocas alguna puerta, muestras un interés
genuino en contar con la participación de un profesional capacitado y qué
obtienes a cambio: indiferencia, banalidad, rechazo. Y es que para nadie tus
sueños serán tan importantes como para ti mismo. Muchas menos ahora que la
industria de la música ha cambiado tanto y en casi todas sus aristas, desde su
producción hasta su comercialización. Somos víctimas inconscientes de una
cultura de inmediatez y efervescencia que ha aglutinado casi todos los aspectos
de la vida misma. En la música por ejemplo, son pocos los estudios musicales
que arriesgan o invierten en un talento nuevo o que van en búsqueda de él.
Ahora la mayoría de los estudios sólo ponen su dinero si es que se trata de un negocio
seguro, rentable, que va de acuerdo a la moda del momento. Es lamentable pero
en algunos casos, te exigen incluso que todo tu material ya se encuentre
culminado para que ellos sólo pongan su sello en la portada y se encarguen de
la distribución comercial. Y qué decir de la comercialización. Ahora ya nadie
compra discos, todo se limita a las transferencias virtuales y que en su
mayoría de casos sólo se trata de singles. Es raro cruzarse con un álbum
completo que maneje algún concepto artístico fidedigno. Evoco
plasmar toda esta desazón en una charla que sostuve con Manuel Garrido – Lecca,
un reconocido productor musical de mi país, nominado al grammy en alguna oportunidad
por su maravilloso trabajo. Manuel, que se encontraba en los Estados Unidos en
ese instante, al escuchar los intentos fallidos en mi búsqueda, se solidarizó
conmigo con palabras que de forma involuntaria, me otorgaron la respuesta que
necesitaba: «Christian,
lamento mucho lo que me comentas, y es verdad, pocos profesionales en la
industria prestan atención a los anhelos o sueños de los artistas. Todo ahora
es fama y dinero. Pero ya te digo, grabar un material inédito como es debido,
implica necesariamente el desarrollo de un proceso complejo, donde lo
trascendental es contar con el personal y el material idóneo para trabajar».
Manuel tenía razón. Quizás estaba abarcando demasiadas variables de las que era
capaz de controlar y había terminado sofocándome. Era imperativo simplificar el
proceso.
En los días siguientes a la charla que sostuve
con Manuel, revisé mis apuntes y poco a poco fui eliminando o modificando algunas
partes del plan. Primero que nada decidí cambiar de locación. Ya no grabaríamos
el disco en la capital sino en mi ciudad,
Trujillo, que si bien es una provincia, existen un par de estudios musicales
decentes con profesionales capacitados. Esto
último a fin de reducir los gastos, evitar la incomodidad de los traslados
constantes y aprovechar más el poco tiempo que teníamos. Eran cinco canciones
en un mes, por lo que cada segundo contaba. También opté por modificar el
formato de las canciones, es decir, ya no serían grabadas con la participación
de una banda completa, sino que lo haríamos en un formato más minimalista, casi
acústico, en el que participarían a lo mucho tres músicos incluyéndome. Ya lo
dice el dicho: “simplifica y te liberarás”. Llevaba casi una década tocando mis
canciones con la ayuda de mis mejores amigos, ¿por qué habría de excluirlos en la concretización de este sueño tan
importante para mí y suplirlos con músicos que si bien podían estar
técnicamente dotados, sólo lo harían por el dinero?. En definitiva, no había
razón. Fue entonces que Yenson y Miguel, dos de mis mejores amigos, se subieron al barco. ¿Qué más faltaba?. El
estudio, claro. Esta decisión era la más importante de todas, pues el escoger
un buen estudio constituye la piedra angular que determina el éxito en un proyecto
musical. Es por ello que hice una infinidad de llamadas, consultando y buscando
recomendaciones, hasta que al final cuando casi perdía las esperanzas, mi gran
amigo músico Félix Zapata, me sugirió acudir a DJ Studio, de propiedad de
Daniel Zirena, un empresario dedicado al rubro de gastronomía pero que además era
propietario de un estudio musical. Debo confesar que en un primer momento, no tuve
las mejores expectativas, pero luego de la primera reunión con el staff, me di
cuenta de lo equivocado que estaba. Daniel era un tipo serio, comprometido y
responsable. Me expuso a detalle la metodología de trabajo para alcanzar la
hazaña de grabar mi primer disco en un mes. Aseguró que antes del último día,
yo saldría de la puerta del estudio con mi disco en mano y una sonrisa enorme
en el rostro. Quedé sorprendido por su firmeza. No sólo contaría con todo el
apoyo logístico sino que también con el capital humano suficiente. Es aquí
donde entra a tallar un maravilloso ser humano que tuve la dicha de conocer a
raíz de toda esta experiencia. Éste es, Carlos Espinoza, mi productor. Y tengo que
ser sincero al respecto mi querido lector, uno de los temores más grandes que
afligían mis ganas de grabar, era el hecho de trabajar con un productor con
quién no tuviera un nivel óptimo de empatía, que pretendiera modificar esencialmente
mis canciones para tornarlas en algo que no eran. Para mi suerte, Carlos
resultó ser todo lo contrario. Sus técnicas y políticas eran excepcionales.
Carlos escuchaba, Carlos interpretaba y como consecuencia de ello, Carlos sugería.
Fue perfecto.
El proceso de grabación fue demasiado intenso.
Trabajamos mañana, tarde y noche hasta muy tarde. Todos los días hasta incluso
algunos domingos. El personal del estudio, mis amigos y la gente que llegaba a
compartir con nosotros, nos convertimos de pronto en una pequeña familia. Han
pasado ya algunos meses de lo acontecido y puedo ver la experiencia con cierta lejanía
y entenderla en su globalidad. Quizá durante ese mes de diciembre en que
grabamos, se me hubiera hecho muy difícil escribir estas líneas. Ahora, con la
claridad de la distancia, puedo aseverar que lo vivido fue una catarsis
emocional. Sentir que las canciones que escribí hace muchos años atrás en la
soledad de mi habitación y que fui construyendo con el talento de mis mejores
amigos, tuvieran ahora no sólo una existencia material, sino que además - con
la ayuda de las personas adecuadas-, se habían perfeccionado de la forma que
tanto anhelé, en definitiva fue la cúspide de plenitud para mí. Todo esto creo
se debió en gran medida al profesionalismo de mi productor. Antes de empezar a
grabar, Carlos se sentaba frente a mí y decía: «Háblame de tu canción y luego
cántala con la guitarra. Pero cántamela de verdad, sin temores, como si
estuvieras solo y nadie pudiera escucharte». En ese instante, él tomaba nota de
cada detalle de la historia detrás de la canción y sobretodo de mi
interpretación. Era como si absorbiera toda la esencia para luego procesarla y
como resultado darme las mejores sugerencias. Conservaba siempre un aura de
concentración y sapiencia, hasta que de pronto, de un momento a otro era
poseído por un sobresalto de lucidez que lo impulsaba de inmediato hacia el teclado,
el bajo o la guitarra, para perfeccionar con algún un sonido sublime aquél
acorde incompleto. Era realmente impresionante.
Una noche, casi de madrugada en el estudio,
nos encontrábamos grabando una de las canciones más complejas del disco. Por
alguna razón nos estancamos entre tomas de sonido, así que a fin de relajarnos
un poco, Carlos trajo un par de cervezas bien heladas e iniciamos una larga charla
en la cabina acerca del proceso creativo. Del cómo surgen las canciones en la
mente del artista. La ideación. Durante
el coloquio le comenté a mi productor que siempre que le compartía a alguien
cercano, alguna canción que había escrito, casi de inmediato me lanzaban la
misma pregunta: ¿para quién es?. He escuchado a tantos artistas responder esa
interrogante, cada uno con una respuesta angularmente distinta. Para algunos si
existen musas, para otros no, cada quien maneja sus conceptos. En mi caso por
ejemplo, la totalidad de mis composiciones parten siempre de una misma esencia:
la experiencia de lo vivido. Pero como repito ese sólo es el punto de partida.
La esencia. De ahí para adelante, la canción puede tomar cualquier rumbo y ser
lo que tenga que ser, hasta incluso plasmar cosas que no tienen nada que ver
conmigo. Y es que en verdad, nunca me he
puesto límites durante el proceso compositivo. Ya alguna vez me ha pasado, que al terminar alguna
composición sólo un mínimo porcentaje de ésta hace referencia a determinada experiencia,
sensación o recuerdo particular, todo lo demás ha sido creado por mi mente. Es
así por ejemplo con la canción que da nombre a mi primer disco: “Ciudad Primavera”.
Y me tomaré el cuidado de explicarlo ahora porque pueda que en el futuro ya no
tenga la oportunidad de hacerlo. Bueno, esta hermosa canción se sustenta en un
recuerdo de mi infancia. Cuando era niño mi papá siempre nos pedía a mi hermano
y a mí, que le acompañásemos a recoger del trabajo a mamá. Ella era profesora y
laboraba en un colegio hasta la noche. David y yo corríamos entusiasmados a
lanzarnos sobre el asiento trasero de aquél viejo Ford marrón que tenía papá y
nos recostábamos juntando nuestras cabezas lateralmente de manera que cada uno
de nosotros tenía los pies puestos sobre las ventanas de atrás. Esto es lo que
más recuerdo con claridad y lo que termina plasmado en la canción: la luz
amarilla e intermitente de los postes de mi ciudad mientras charlaba y reía junto
a mi hermano. Éramos demasiado pequeños, demasiado inocentes, demasiado
felices.
Y bueno, esto fue a grandes rasgos la
experiencia de grabación de mi primer disco. Sin duda he omitido muchos
detalles y no todo salió como lo planeado. Pese a ello, como siempre manifiesto
cada vez que alguien muy amable me dice que este primer trabajo será un éxito,
creo que de por sí, el hecho de haber vivido todo esto, el poder disfrutar
extasiado del día a día en la concretización de este sueño tan anhelado, lo
hace todo un éxito. El dueño del estudio no se equivocó. Un día después de
navidad, salí de la cabina de grabación con mis canciones terminadas y con una
gigantesca sonrisa en el rostro. Lo había logrado. Apenas podía creerlo. Recuerdo
mi caminata de regreso a casa. Recuerdo observar el movimiento de los autos y
la gente alrededor. Sentí que el mundo podría prescindir de mí en ese instante y
todo estaría bien. Sin embargo, por alguna razón estaba más vivo que nunca. La
construcción de mi legado apenas ha comenzado y la humedad en mis pupilas así lo
confirma.
Hoy es mi cumpleaños. Cumplo 33 años y siento
que recién empiezo a vivir.
Gracias a todos.
Christian Fhon Trigoso