martes, 6 de noviembre de 2018

DIARIO DE UN MÚSICO - CAPÍTULO III



CAPITULO III: MI VUELTA A LOS ESCENARIOS

(Nunca es como lo esperas, es mejor)



En diciembre del año pasado tomé muchas decisiones. Como relaté en los capítulos anteriores, por aquél entonces mi vida se deslizaba en un rumbo insatisfactorio, no porque me fuera mal, sino que hechas las sumas y las restas, el día a día no me otorgaba un sentido de plenitud o de realización personal suficiente, que me permitiera dormir con tranquilidad. Estaba de vacaciones, así que opté por viajar a mi ciudad natal y disfrutar de algunos días en familia para poner las cosas más en perspectiva. Fue entonces que sentado en la soledad de mi habitación, en casa de mis padres, una noche resolví que era imperativo ejecutar ciertos cambios bruscos. El más importante y que ha marcado la pauta en mi rutina hasta el día de hoy, es el de dedicar la mayor cantidad de tiempo posible a las cosas que me gustan, a las actividades que amo hacer como es la música, la literatura y el arte en general. Atrás quedarían los momentos de dejadez, el hecho de sentir tal abatimiento después de una jornada laboral, que me privara de disfrutar de mis apasionamientos, de aquello que me hace sentir vivo, de mí mismo, para ser más claro. Esta vez ya no había excusas, ostentaba un trabajo con el cual podía estar de pie sin molestar a nadie y lo más importante, disponía del tiempo necesario para realizarlo. Era el momento preciso. Es hermoso como la vida va poniendo cada cosa en su lugar, poco a poco de manera natural, todo se va alineando. En ocasiones reflexionaba que en mis días universitarios de estudiante de leyes, hubiera resultado imposible que intentara siquiera tomar a la música como algo serio o significativo. No por falta de tiempo o dinero, sino porque simplemente no me sentía capaz de hacerlo. Y es que existe una línea muy delgada entre la terquedad y el verdadero talento. Tuvieron que acontecer infinidad de circunstancias para llegar a la lógica convicción de que la música es algo que se me da bien. Pero bueno, ya habrá ocasión para relatarlo, por ahora volvamos al lío de la vuelta a los escenarios.
Y fue así, tomadas las decisiones en soledad, emprendí el año de la música para mí. Los días ahora se iniciaban apenas ponía un pie fuera del trabajo. Puse en marcha algunos proyectos con el apoyo de personas maravillosas, como la creación de un canal de youtube, en el cual comparto la música que compongo o interpreto y la reapertura de este blog, en el cual decidí relatar de manera pormenorizada la totalidad de impresiones y sensaciones que generan en mí, el poder hacer con mi tiempo lo que más amo. Todo esto suena en demasía romántico, pero lo cierto es que todo cambio implica disciplina y fuerza de voluntad.  Para empezar, reestructuré la totalidad de mi rutina post trabajo, ahora al momento de llegar a casa y antes de hacer cualquier otra cosa, lo primero que hacía era coger mi guitarra y practicar, una y otra vez, y no sólo eso sino también estudiar música y técnicas de canto con la ayuda de algunos cursos online. Siempre he sido un autodidacta, pues tengo la convicción de que las herramientas están ahí, sólo hay que tomarlas y ponerse a trabajar con dedicación. Y es que hay algo muy sublime y que no podría explicar con exactitud, en el hecho de que las personas intenten con todas sus fuerzas alcanzar sus sueños, ponerse al límite, sentir el vértigo de la emoción y dando tumbos extasiados llegar hasta la meta.
Y bueno, practicaba más, cantaba más y estudiaba más, pero por alguna razón algo en mi subconsciente tenía la sensación de que todo ello era insuficiente. Resultaba indispensable llevar esta música a lugares mucho más lejanos que las cuatro paredes de la habitación en la que practicaba. Qué es el arte sin exposición al fin y al cabo. Pero….¿yo tocar en vivo?, ¿otra vez?, es decir, después de aquél oscuro episodio relatado en el primer capítulo de esta crónica, en el que mis trémulas manos no lograron plasmar los acordes en la guitarra y en el que apenas articulé con esmerada torpeza algunas de las estrofas de un par de mis canciones, ¿era necesario repetir tal humillación?. Eso sin considerar siquiera, que el hecho de realizar una presentación en vivo implica de por sí una multiplicidad de variables que era necesario atender, tales como: contar con los equipos técnicos (consolas, monitores, luces, micrófonos, etc), encontrar el lugar idóneo para tocar (la mayoría es muy selectivo pues sólo aceptan bandas completas y que hagan música de moda),  ver el tema de los traslados (ir y regresar del lugar con toda la logística que ello significa), fechas y entre tantos otros aspectos colaterales al hecho de estar frente al público y compartir tu más grande pasión. Sin duda que puesto de esta manera, tocar en vivo sería toda una hazaña, empero, si este era un sueño que genuinamente deseaba concretar, tendría que llegar hasta el final del asunto, sin remordimientos.
En los días siguientes hice un rastreo de los posibles bares en los que podía tocar, algunos los revisé por internet y otros fui de manera personal a visitarlos. Toqué muchas puertas, hablé con muchas personas y recibí todo tipo de respuestas (la mayoría negativas). Resulta paradójico que el lugar más de decente y que a su vez era el más exigente de todos, me aceptara audicionar un viernes por la noche. El lugar se llamaba Estación Rock y gozaba de cierto prestigio por cuanto en aquel lugar ya habían tocado bandas de talla de Los Outsaiders, Autobús y hasta incluso Daniel F. Un dato adicional es que además el local contaba con una excelente banda de rock que todos los fines de semana atraía a mucha gente a disfrutar de noches bohemias de buena música. Esto quería decir que mis posibles espectadores ya tenían cierto estándar, sus oídos estaban algo entrenados, por lo que podrían discernir entre un músico de verdad y alguien a quien le han hecho el favor de darle tarima.  
Llegué a la cita a la hora pactada. En el ingreso fui recibido por Nina Echevarría, la dueña del local, una rubia de cuarenta años que se dedicaba de forma exclusiva y abnegada a la administración del bar, lo cual se reflejaba en sus cansados parpados y máxime en sus enrojecidos ojos, que siempre rodeaba con el humo de algún cigarrillo caro. De inmediato me invitó al escenario y a partir de ahí todo fue muy rápido. La banda que justo en ese momento ensayaba para su show de viernes (esa noche el cantante de Yo soy Pedro Suárez Vértiz daría un concierto), fue interrumpida por Nina, quién me introdujo a cada uno de los integrantes diciéndoles: «Chicos les presento a Chris, es un cantautor de Trujillo, va audicionar en este instante así que por favor denle permiso». Los músicos se vieron notablemente incómodos por la intempestiva detención, sin embargo, no tuvieron otra alternativa que desocupar el escenario. Vaya suerte, ahora durante mi audición no sólo tendría frente a mí a la ansiosa propietaria del local, sino también a una jauría de músicos molestos. Pero bueno, si alguien era el total responsable de lo sucedido era yo mismo, así que sin más, afiné mi guitarra, conecté mis pedales y probé el micro. Estaba listo. De hecho, ya lo estaba desde hacía mucho, quizá mucho antes de lo que mi intelecto hubiera podido determinar. Cerré entonces los ojos y toqué “Sueño”, una de mis canciones más preciadas. Procuré implacablemente centrar la atención en mí mismo. Me desconecté del contexto durante esos minutos. Y fue ahí, con los ojos cerrados, que alcancé a ese refugio sublime que es la música, un mundo en el que el absoluto se encuentra en expresar la profundidad de tu ser sin limitaciones. Eres tú frente al mundo. Y pueda que resulte egoísta lo que expondré a continuación, pero si alguna vez sientes dudas de tu capacidad en el campo al que te dediques, no debes olvidar nunca que todo lo que haces y harás en esta vida, debes hacerlo primero por ti, sin pensar en la opinión del resto, porque las experiencias y sensaciones de plenitud vividas, son lo único que te llevarás al momento que te toque partir. Cada meta que alcances, hazlo para empezar por ti y para ti, porque es la única manera de ser feliz y pueda que como resultado alterno e impensado, trasmitas la pasión necesaria y suficiente que tocará el corazón de la gente que amas y de aquellos que no conoces también.  
Al terminar la canción, los fervientes aplausos de Nina me volvieron a la realidad. Abrí los ojos y aún con el nerviosismo recorriéndome las piernas, bajé de la tarima. Tal pareció que generé una buena impresión en Nina, porque enseguida me ofreció dos fechas para la siguiente semana.  «Serás telonero de la banda pero con una condición, debes tocar covers, recuerda que esto es un negocio, tengo que vender y lamentablemente a ti hijo, no te conoce nadie». Tomé sus palabras con responsabilidad y decidí practicar en los días siguientes, algunas canciones de mis mayores referentes para compartir con la audiencia durante las presentaciones. Agradecí mucho a Nina por la oportunidad y escuché con paciencia sus críticas y sugerencias técnicas a mi interpretación. Conversamos cerca de un par de horas en las que relató una decena de anécdotas y experiencias, muchas de las cuales marcaron la pauta en sus convicciones  y forjaron su filosofía de vida. Una persona en demasía interesante. Estreché su mano y le agradecí una vez más. Aquella noche regresé a casa caminando y ni la lluvia que me sorprendió en el camino, logró desdibujar siquiera un poco, la enorme sonrisa que llevaba entre labios.
Los días venideros transcurrieron muy fugaces y tal como presagié, el bar tuvo casa llena en ambas presentaciones. Como era costumbre, muchas personas acudieron atraídas por la música en vivo, por lo que a fin de evitar algún colapso nervioso, esta vez resolví hacer algo distinto. Antes de empezar a tocar, me detuve un instante para observar a la gente.  Mientras hacía la prueba de sonido, miraba a detalle sus rostros, sus gestos articulados, procuraba estudiar sus movimientos y en un momento de lucidez llegué a la conclusión de que en realidad cada quien tiene sus motivaciones, y yo al igual que ellos, había llegado esa noche para disfrutar, de manera que me entregué por completo en el escenario y dejé atrás todo tipo de complejos e inseguridades de las cuales fui preso en anteriores conciertos. Interpreté con tanta intensidad cada canción, como si mi vida dependiera de ello, procurando expresar corporal y emotivamente cada estrofa que conformaban las canciones. El público respondió de forma positiva, en un momento dado los escuché cantar tan fuerte conmigo, que apenas podía escucharme. Y es que estar en el escenario, sentir ese apasionamiento, es algo que aún no puedo racionalizar con exactitud. Es una mezcla de todo: vértigo, nerviosismo, éxtasis, euforia y entre tantas cosas infinitas. No soy dado a este tipo de verborreas virtuales pero, sólo deseo darle una pincelada de color a tu día contándote de que hay mayor dicha en la vida, en cuanto a la realización personal, que en la búsqueda constante de experiencias nuevas, en el hecho de encontrarte cada mañana con un horizonte distinto. Eso es, la felicidad no sólo se encuentra en las cosas simples, sino en además plantearte cada días nuevos caminos, nuevas metas, nuevas sensaciones que te pongan al límite y dejen por sentado de qué estas hecho. Hoy quiero que sepas, que soy feliz.

Christian Fhon Trigoso