(Nunca es como lo esperas, es mejor)
En diciembre del año pasado tomé
muchas decisiones. Como relaté en los capítulos anteriores, por aquél entonces mi
vida se deslizaba en un rumbo insatisfactorio, no porque me fuera mal, sino que
hechas las sumas y las restas, el día a día no me otorgaba un sentido de
plenitud o de realización personal suficiente, que me permitiera dormir con
tranquilidad. Estaba de vacaciones, así que opté por viajar a mi ciudad natal y
disfrutar de algunos días en familia para poner las cosas más en perspectiva. Fue
entonces que sentado en la soledad de mi habitación, en casa de mis padres, una
noche resolví que era imperativo ejecutar ciertos cambios bruscos. El más
importante y que ha marcado la pauta en mi rutina hasta el día de hoy, es el de
dedicar la mayor cantidad de tiempo posible a las cosas que me gustan, a las
actividades que amo hacer como es la música, la literatura y el arte en general.
Atrás quedarían los momentos de dejadez, el hecho de sentir tal abatimiento
después de una jornada laboral, que me privara de disfrutar de mis
apasionamientos, de aquello que me hace sentir vivo, de mí mismo, para ser más
claro. Esta vez ya no había excusas, ostentaba un trabajo con el cual podía estar
de pie sin molestar a nadie y lo más importante, disponía del tiempo necesario
para realizarlo. Era el momento preciso. Es hermoso como la vida va poniendo
cada cosa en su lugar, poco a poco de manera natural, todo se va alineando. En
ocasiones reflexionaba que en mis días universitarios de estudiante de leyes,
hubiera resultado imposible que intentara siquiera tomar a la música como algo
serio o significativo. No por falta de tiempo o dinero, sino porque simplemente
no me sentía capaz de hacerlo. Y es que existe una línea muy delgada entre la
terquedad y el verdadero talento. Tuvieron que acontecer infinidad de
circunstancias para llegar a la lógica convicción de que la música es algo que
se me da bien. Pero bueno, ya habrá ocasión para relatarlo, por ahora volvamos
al lío de la vuelta a los escenarios.
Y fue así, tomadas las decisiones
en soledad, emprendí el año de la música para mí. Los días ahora se iniciaban apenas
ponía un pie fuera del trabajo. Puse en marcha algunos proyectos con el apoyo
de personas maravillosas, como la creación de un canal de youtube, en el cual
comparto la música que compongo o interpreto y la reapertura de este blog, en
el cual decidí relatar de manera pormenorizada la totalidad de impresiones y
sensaciones que generan en mí, el poder hacer con mi tiempo lo que más amo. Todo
esto suena en demasía romántico, pero lo cierto es que todo cambio implica
disciplina y fuerza de voluntad. Para
empezar, reestructuré la totalidad de mi rutina post trabajo, ahora al momento
de llegar a casa y antes de hacer cualquier otra cosa, lo primero que hacía era
coger mi guitarra y practicar, una y otra vez, y no sólo eso sino también
estudiar música y técnicas de canto con la ayuda de algunos cursos online. Siempre he sido un autodidacta,
pues tengo la convicción de que las herramientas están ahí, sólo hay que
tomarlas y ponerse a trabajar con dedicación. Y es que hay algo muy sublime y
que no podría explicar con exactitud, en el hecho de que las personas intenten
con todas sus fuerzas alcanzar sus sueños, ponerse al límite, sentir el vértigo
de la emoción y dando tumbos extasiados llegar hasta la meta.
Y bueno, practicaba más, cantaba
más y estudiaba más, pero por alguna razón algo en mi subconsciente tenía la
sensación de que todo ello era insuficiente. Resultaba indispensable llevar esta
música a lugares mucho más lejanos que las cuatro paredes de la habitación en
la que practicaba. Qué es el arte sin exposición al fin y al cabo. Pero….¿yo
tocar en vivo?, ¿otra vez?, es decir, después de aquél oscuro episodio relatado
en el primer capítulo de esta crónica, en el que mis trémulas manos no lograron
plasmar los acordes en la guitarra y en el que apenas articulé con esmerada
torpeza algunas de las estrofas de un par de mis canciones, ¿era necesario
repetir tal humillación?. Eso sin considerar siquiera, que el hecho de realizar
una presentación en vivo implica de por sí una multiplicidad de variables que
era necesario atender, tales como: contar con los equipos técnicos (consolas,
monitores, luces, micrófonos, etc), encontrar el lugar idóneo para tocar (la
mayoría es muy selectivo pues sólo aceptan bandas completas y que hagan música
de moda), ver el tema de los traslados
(ir y regresar del lugar con toda la logística que ello significa), fechas y
entre tantos otros aspectos colaterales al hecho de estar frente al público y
compartir tu más grande pasión. Sin duda que puesto de esta manera, tocar en
vivo sería toda una hazaña, empero, si este era un sueño que genuinamente
deseaba concretar, tendría que llegar hasta el final del asunto, sin
remordimientos.
En los días siguientes hice un
rastreo de los posibles bares en los que podía tocar, algunos los revisé por
internet y otros fui de manera personal a visitarlos. Toqué muchas puertas,
hablé con muchas personas y recibí todo tipo de respuestas (la mayoría
negativas). Resulta paradójico que el lugar más de decente y que a su vez era
el más exigente de todos, me aceptara audicionar un viernes por la noche. El
lugar se llamaba Estación Rock y gozaba de cierto prestigio por cuanto en aquel
lugar ya habían tocado bandas de talla de Los Outsaiders, Autobús y hasta
incluso Daniel F. Un dato adicional es que además el local contaba con una
excelente banda de rock que todos los fines de semana atraía a mucha gente a
disfrutar de noches bohemias de buena música. Esto quería decir que mis
posibles espectadores ya tenían cierto estándar, sus oídos estaban algo entrenados,
por lo que podrían discernir entre un músico de verdad y alguien a quien le han
hecho el favor de darle tarima.
Llegué a la cita a la hora
pactada. En el ingreso fui recibido por Nina Echevarría, la dueña del local,
una rubia de cuarenta años que se dedicaba de forma exclusiva y abnegada a la
administración del bar, lo cual se reflejaba en sus cansados parpados y máxime en
sus enrojecidos ojos, que siempre rodeaba con el humo de algún cigarrillo caro.
De inmediato me invitó al escenario y a partir de ahí todo fue muy rápido. La
banda que justo en ese momento ensayaba para su show de viernes (esa noche el
cantante de Yo soy Pedro Suárez Vértiz daría un concierto), fue interrumpida
por Nina, quién me introdujo a cada uno de los integrantes diciéndoles: «Chicos les
presento a Chris, es un cantautor de Trujillo, va audicionar en este instante
así que por favor denle permiso». Los músicos se vieron notablemente incómodos por
la intempestiva detención, sin embargo, no tuvieron otra alternativa que desocupar
el escenario. Vaya suerte, ahora durante mi audición no sólo tendría frente a
mí a la ansiosa propietaria del local, sino también a una jauría de músicos
molestos. Pero bueno, si alguien era el total responsable de lo sucedido era yo
mismo, así que sin más, afiné mi guitarra, conecté mis pedales y probé el micro.
Estaba listo. De hecho, ya lo estaba desde hacía mucho, quizá mucho antes de lo
que mi intelecto hubiera podido determinar. Cerré entonces los ojos y toqué “Sueño”,
una de mis canciones más preciadas. Procuré implacablemente centrar la atención
en mí mismo. Me desconecté del contexto durante esos minutos. Y fue ahí, con
los ojos cerrados, que alcancé a ese refugio sublime que es la música, un mundo
en el que el absoluto se encuentra en expresar la profundidad de tu ser sin
limitaciones. Eres tú frente al mundo. Y pueda que resulte egoísta lo que
expondré a continuación, pero si alguna vez sientes dudas de tu capacidad en el
campo al que te dediques, no debes olvidar nunca que todo lo que haces y harás
en esta vida, debes hacerlo primero por ti, sin pensar en la opinión del resto,
porque las experiencias y sensaciones de plenitud vividas, son lo único que te
llevarás al momento que te toque partir. Cada meta que alcances, hazlo para
empezar por ti y para ti, porque es la única manera de ser feliz y pueda que
como resultado alterno e impensado, trasmitas la pasión necesaria y suficiente
que tocará el corazón de la gente que amas y de aquellos que no conoces también.
Al terminar la canción, los fervientes
aplausos de Nina me volvieron a la realidad. Abrí los ojos y aún con el nerviosismo
recorriéndome las piernas, bajé de la tarima. Tal pareció que generé una buena
impresión en Nina, porque enseguida me ofreció dos fechas para la siguiente
semana. «Serás telonero de la banda pero
con una condición, debes tocar covers, recuerda que esto es un negocio, tengo que
vender y lamentablemente a ti hijo, no te conoce nadie». Tomé sus palabras con responsabilidad
y decidí practicar en los días siguientes, algunas canciones de mis mayores
referentes para compartir con la audiencia durante las presentaciones. Agradecí
mucho a Nina por la oportunidad y escuché con paciencia sus críticas y
sugerencias técnicas a mi interpretación. Conversamos cerca de un par de horas
en las que relató una decena de anécdotas y experiencias, muchas de las cuales
marcaron la pauta en sus convicciones y
forjaron su filosofía de vida. Una persona en demasía interesante. Estreché su
mano y le agradecí una vez más. Aquella noche regresé a casa caminando y ni la
lluvia que me sorprendió en el camino, logró desdibujar siquiera un poco, la
enorme sonrisa que llevaba entre labios.
Los días venideros transcurrieron muy fugaces
y tal como presagié, el bar tuvo casa llena en ambas presentaciones. Como
era costumbre, muchas personas acudieron atraídas por la música en vivo, por lo
que a fin de evitar algún colapso nervioso, esta vez resolví hacer algo
distinto. Antes de empezar a tocar, me detuve un instante para observar a la
gente. Mientras hacía la prueba de
sonido, miraba a detalle sus rostros, sus gestos articulados, procuraba estudiar
sus movimientos y en un momento de lucidez llegué a la conclusión de que en
realidad cada quien tiene sus motivaciones, y yo al igual que ellos, había
llegado esa noche para disfrutar, de manera que me entregué por completo en el
escenario y dejé atrás todo tipo de complejos e inseguridades de las cuales fui
preso en anteriores conciertos. Interpreté con tanta intensidad cada canción, como
si mi vida dependiera de ello, procurando expresar corporal y emotivamente cada
estrofa que conformaban las canciones. El público respondió de forma positiva,
en un momento dado los escuché cantar tan fuerte conmigo, que apenas podía
escucharme. Y es que estar en el escenario, sentir ese apasionamiento, es algo
que aún no puedo racionalizar con exactitud. Es una mezcla de todo: vértigo,
nerviosismo, éxtasis, euforia y entre tantas cosas infinitas. No soy dado a
este tipo de verborreas virtuales pero, sólo deseo darle una pincelada de color
a tu día contándote de que hay mayor dicha en la vida, en cuanto a la
realización personal, que en la búsqueda constante de experiencias nuevas, en
el hecho de encontrarte cada mañana con un horizonte distinto. Eso es, la
felicidad no sólo se encuentra en las cosas simples, sino en además plantearte
cada días nuevos caminos, nuevas metas, nuevas sensaciones que te pongan al
límite y dejen por sentado de qué estas hecho. Hoy quiero que sepas, que soy
feliz.
Christian Fhon Trigoso