Como si fuera un espejo diáfano,
me encuentro en estas líneas claramente. Anduve algún tiempo perdido, sin
norte, extraviado en la costumbre, gastando los días como si vivir no fuera más
que eso: gastar. Creo con certeza, que la única realidad que tengo es la que
pueda trasmitir con mis manos, la música que haga, las líneas que escriba, las
imágenes que capte, es aquello que me sensibilizó con el mundo, que me permitió
saber que existí, que estuve aquí y que pude dejar por sentado el disfrute
sustancial de mis días.
No creo que la significación de
los pasos, las agujas del reloj, la respiración en mis hombros, tenga que ver
aunque sea un ápice con las obligaciones laborales, los días oficinescos de
saco y corbata, el vivir para justificar las cuentas, las ostentosidades, la
esclavitud a las cosas materiales que sabemos no necesitamos, ni siquiera un
poco.
Sigo soñando que si existe una
razón por la cual estoy aquí, de que si hay algo de arte en mis destrezas, de
que no es mera obstinación los acordes
desafinados, los poemas inconclusos, las eternas sesiones de edición
fotográfica, de que puedo captar al mundo con el corazón, de que poseo cierta sensibilidad
para expresar cuestiones del ser humano que sabemos nunca podremos descifrar
del todo, pero vaya que pude al menos hacer un buen intento.
Sigo soñando de manera tan cursi,
que el día que no esté, la persona que ame, me evoque con constancia, me
recuerde con la nostalgia de una verdadera pasión. Cuando ya no pueda hallarme
en las imágenes de su mente, pueda hacerlo en los libros que leí, aquellos que
marcaron mi vida de alguna manera, que el sólo hecho de la lectura de cierta
frase, pueda traer consigo mi rostro a su memoria, quizá esbozar una sonrisa y
sentir que nunca me fui, pues siempre estaré en aquellos textos entrañables, en
las melodías de mis canciones y en las coloridas tonalidades de las fotos.
Vaya que me perdí en el camino,
me senté al costado de la vía a mirar las luces, respirar un poco y ver la
gente pasar. Cuando desperté no era más que un espectro de mí mismo, un
personaje estereotipado de una vida hedonista y vana. Ahorcado por la corbata,
encadenado al traje, sometido al vaivén de las pantallas de computador, mi
única balsa de salvación era la brújula de la escritura.
Y es así, que palabra tras
palabra, frase tras frase, las piezas en el rompecabezas de mi identidad
formaron el texto de mi rostro, las líneas de mis sentimientos, y viendo las
formas ya plasmadas, quién soy yo….levanto la mirada mientras me observó y
pienso: “qué bueno que es volver”.
Christian Fhon Trigoso.