domingo, 10 de enero de 2016

VOLVER

Como si fuera un espejo diáfano, me encuentro en estas líneas claramente. Anduve algún tiempo perdido, sin norte, extraviado en la costumbre, gastando los días como si vivir no fuera más que eso: gastar. Creo con certeza, que la única realidad que tengo es la que pueda trasmitir con mis manos, la música que haga, las líneas que escriba, las imágenes que capte, es aquello que me sensibilizó con el mundo, que me permitió saber que existí, que estuve aquí y que pude dejar por sentado el disfrute sustancial de mis días.
No creo que la significación de los pasos, las agujas del reloj, la respiración en mis hombros, tenga que ver aunque sea un ápice con las obligaciones laborales, los días oficinescos de saco y corbata, el vivir para justificar las cuentas, las ostentosidades, la esclavitud a las cosas materiales que sabemos no necesitamos, ni siquiera un poco.
Sigo soñando que si existe una razón por la cual estoy aquí, de que si hay algo de arte en mis destrezas, de que no es mera  obstinación los acordes desafinados, los poemas inconclusos, las eternas sesiones de edición fotográfica, de que puedo captar al mundo con el corazón, de que poseo cierta sensibilidad para expresar cuestiones del ser humano que sabemos nunca podremos descifrar del todo, pero vaya que pude al menos hacer un buen intento.
Sigo soñando de manera tan cursi, que el día que no esté, la persona que ame, me evoque con constancia, me recuerde con la nostalgia de una verdadera pasión. Cuando ya no pueda hallarme en las imágenes de su mente, pueda hacerlo en los libros que leí, aquellos que marcaron mi vida de alguna manera, que el sólo hecho de la lectura de cierta frase, pueda traer consigo mi rostro a su memoria, quizá esbozar una sonrisa y sentir que nunca me fui, pues siempre estaré en aquellos textos entrañables, en las melodías de mis canciones y en las coloridas tonalidades de las fotos.
Vaya que me perdí en el camino, me senté al costado de la vía a mirar las luces, respirar un poco y ver la gente pasar. Cuando desperté no era más que un espectro de mí mismo, un personaje estereotipado de una vida hedonista y vana. Ahorcado por la corbata, encadenado al traje, sometido al vaivén de las pantallas de computador, mi única balsa de salvación era la brújula de la escritura.
Y es así, que palabra tras palabra, frase tras frase, las piezas en el rompecabezas de mi identidad formaron el texto de mi rostro, las líneas de mis sentimientos, y viendo las formas ya plasmadas, quién soy yo….levanto la mirada mientras me observó y pienso:  “qué bueno que es volver”.


Christian Fhon Trigoso.