sábado, 1 de agosto de 2009

HUANCHACO - CUENTO



Sentado en el suelo, Diego se había dejado caer apoyando su espalda contra una de las paredes de su habitación, deslizándose hasta aterrizar lentamente sobre el parqué. Dentro de su ser, imperaba una ansiedad implacable que mantenía sus manos más sudorosas de lo normal y a su respiración un tanto entrecortada. Sus manos siempre sudaban, pues eran como las de su padre, así como la mayoría de sus rasgos físicos salvo sus ojos, los cuales eran de un verde esmeralda heredado de su madre. Volvió a mirar el reloj por cuarta vez, deseando detener el tiempo con su mirada. Cuatro y media, no llamará, pensó. «Probablemente aún no se recupera de su fiebre de sábado por la noche», dijo sarcásticamente para si mismo, haciendo alusión a las eventuales resacas que padecía Allison los domingos hasta avanzadas horas de la tarde. Hubo algunas oportunidades en las cuales lo había dejado varado involuntariamente, por distintas circunstancias, pero en esta en particular, Diego le puso una cuota inusual de esperanza, tal vez porque presagiaba que sería una de las últimas. Allison llevaba media hora de retraso, lo cual era un parámetro normal en sus citas, sin embargo, eso ahora ocupaba un segundo plano pues habían planificado ir a la playa de Huanchaco desde hace ya algunas semanas, pero nunca se había concretado. Desesperanzado miro su celular una vez más, y al ver su inmutación, agachó su taciturna mirada nuevamente.
Era apenas el comienzo del invierno del 2008 en la ciudad de Trujillo, las nubes se agazapaban tras un cielo color ceniza, de tal forma que perdían individualidad formando parte de un mismo techo gris. Dado el enigmático color del cielo, no se podía discernir la hora exacta sin dejar de observar el reloj, parecía ser las seis de la mañana o de la tarde. Al otro lado de la ciudad, Allison luchaba desganadamente contra el tiempo mientras cepillaba su cabello frente al espejo. Se observaba con suma delicadeza, sus ojos, sus cejas, los bordes de su rostro, sin perder cuidado hasta en el mínimo detalle. Puso un labial muy ligero sobre sus suaves labios, no quería llamar demasiado la atención, sólo quería verse formalmente presentable mas no demasiado elegante. Es por ello que sólo vestía un pantalón, casaca jean y unos valerines plateados, y sobretodo, sea lo que vistiera, siempre llevaba alguna prenda de su color favorito, en este caso había sido su camiseta. Antes de poner rimel azul a sus pestañas se acercó al vidrio para delinear el borde inferior de sus parpados. Viéndose directamente, el color café de sus ojos trajo a relucir una leve sonrisa inesperada. «Diego, tus esmeraldas», dijo evocando el color de sus enamorados ojos. Era ese mismo color del que habían pintado juntos las paredes de la habitación de Diego los primeros días de febrero, y era también esa misma pared sobre la cual él estaba recostado en ese preciso momento, la que tocó Allison al entrar por primera vez a aquél lugar. «Y esta es mi cueva», le dijo al entrar aquella vez, extendiendo sus palmas hacia arriba, mientras ella acaparaba su visión en todos los rincones de la habitación. Librero al costado izquierdo, escritorio al derecho y su cama en el centro, simple como eso. La iluminación la brindaba la luz tenue de un fluorescente esquinado junto con los infalibles rayos del sol que penetraban desde las dos amplias ventanas del fondo, cubiertas de manera truculenta por dos persianas blancas que se cerraban como pestañas. Diego era estudiante de literatura en la Universidad de San Fernando, ello era el emblema de una de sus más profundas pasiones: los libros. Esto lo evidenció ella misma, cuando al caminar dentro constató la presencia de libros de diversos géneros literarios como novelas, poesía, cuentos, donde desfilaban autores desde Dante Alighieri, hasta el escritor de la colección completa del Libro de Preguntas y Respuestas de Carlitos y Snoopy. Se detuvo primero unos segundos en el umbral observando cada objeto. Luego camino detenidamente hacia el interior. Sus pasos eran pausados, como quien analiza algo. Se detuvo frente al escritorio, y volviendo su vista hacia el, dio un suspiro con un gesto negativo.
- ¿Y, qué te parece?.
- Bueno como dijiste, literalmente es tu cueva.
- ¿Cómo?.
- No se, la encuentro algo común. Como que le falta ¿no?. – le dijo Allison poniendo sus manos en la cintura.
- “Como que le falta algo” – repitió Diego despacio. ¿Algo de qué?.
- Algo de mí pues tontito. Es decir, de mi efecto - replicó con un gesto infantil. Comenzando con estas paredes por ejemplo, están cubiertas con este celeste pálido, parece posta médica. Necesitas algo más vivo, ¿y estas persianas?. Dios santo, tú vives en un hospital. ¿Y este …?, momento, ¿qué es esto?.


Allison clavó su mirada en un póster que estaba al costado del librero. Era Rachel Mcadams, una hermosa actriz hollywoodense que se hizo famosa por la película “Wedding Crashers” en el 2005. En aquel cartel, la actriz vestía una blusa blanca con un sugestivo escote en cuello be y una faldita de secretaria seductora, dejando caer su sedoso cabello castaño hasta la altura de sus hombros. Sostenía un teléfono rojo introduciendo el dedo meñique entre la comisura de sus labios, en medio de una traviesa sonrisa. Formal pero picantemente sexy a la vez.
- Ahh, ya veo. Qué interesante.
- Vamos es sólo un póster.
- Ajá, si claro por supuesto, y el infierno sólo un sauna, nadie niega eso. -
Un momento, hueles eso. – dijo Diego frunciendo su ceño de forma sospechosa. ¿lo hueles?.
- No, no huelo nada. – inhaló despacio.
- ¿Qué no lo hueles?, son ¡celos!, están en el ambiente.
- Qué gracioso. ¿Eso te parece?.- volvió su vista hacia el póster - O sea que ese es tu prototipo de mujer. ¿Blancas, onduladas, cabello castaño, ojos verdes y generosamente voluptuosas y obscenas?, muy “ambicioso” de tu parte.
- Vamos Alli, no empieces, yo no tengo prototipo de mujer, y si es que tuviera uno, ese serías tu. – le dijo Diego cogiendo su rostro suavemente con ambos manos.
- No joven, nada de eso. – soltándose. No te me emociones, además que yo recuerde entre usted y yo no existe más que una cordial amistad.
- ¿Así?.
- Así es. Y dado las circunstancias, yo misma me voy a encargar de renovar tu dormitorio.

Cuestionamiento certero. Pero aunque era cierto que entre ambos no existía algún vínculo sentimental de mayor nivel que una simple amistad, ambos sabían que algo escondían atrás de sus miradas. Un fuego que apenas y prendía encenderse. Allison gozaba de una belleza única, era una mujer con una personalidad bien definida, con pleno conocimiento de qué es lo que quiere en la vida y cómo exactamente conseguirlo. No perdía el tiempo en conjeturas filosóficas, era más bien práctica, inteligente, de aquellas personas para quienes el éxito es algo inevitable. No ponía obstáculos a sus ilusiones o caprichos más extravagantes, pues siempre había alguien – para lo segundo mayormente – que estaba dispuesto en concretar dicha realización. Sus progenitores eran de culturas distintas. Su madre, Valeria Macedo Bueza, era bailarina profesional, directora del Instituto de Danza Moderna de la ciudad de Trujillo. Siendo aún muy joven fue a vivir a Cuba con los abuelos Allison, ambos médicos, una década después del derrocamiento de Fulgencio Batista por efecto de la revolución cubana. Y fue allí donde su madre aprendió a amar esa cultura, a la lucha social, a las noches de rumba en el Yacht and Country Club de la Habana, a tal punto que dicha pasión se convirtió en una forma de vida. Estudió danza profesionalmente en la Habana y se enamoró de un joven cubano llamado Silvio Acosta Villaverde, y juntos regresaron al Perú a principios de los ochenta. Allison de todo ello, heredó los ojos cafés de su padre, así como su picardía, su locura y su bohemia. De su madre, además de su contorneado cuerpo y su trigueña piel, quedó entre sus principales rasgos su profundidad, su sabiduría y su obstinación.
Así fue, que con suma inmediatez esa misma tarde, aprovechando que los padres de Diego se encontraban fuera de la ciudad por un viaje de negocios, fueron juntos a ejecutar el plan operativo para la remodelación de la habitación. Compraron pintura, edredones, adornos, sábanas, una de seria de cosas. Todo de un mismo color pero en diferente tono. Como dos niños jugueteando con temperas, pintaron todas las paredes, así como sus rostros, cabellos y overoles, entre tiernas sonrisas y discretas indirectas amorosas. Luego finalmente, muertos de cansancio quedaron tirados sobre el parqué. Diego encerró su visión en la de ella en mitad de una sonrisa, idealizando apenas que todo pudiera curar las heridas de Allison, hacerla salir de aquel túnel emocional que había sido el término de su relación con Guillermo. Sentir su sublime mirada, verse reflejada en sus ojos, la redimía en gran parte de las penurias que la aquejaban. Y como si fueran la entrada a un desconocido manantial cristalino, se acercó lentamente. El quería sentir el suave rosar de sus labios, ella quería escapar de los sótanos más profundos de su melancolía. Ambos podían sentir sus respiraciones cerca, a un centímetro apenas. Sin embargo, algo la detuvo. «Me olvidaba traje algo para ti», dijo parándose rápidamente. Contrariado, él se puso de pie en medio de su estupor. Mientras aún trataba de racionalizar aquella reacción, ella apareció con un cuadro de un paisaje hermoso pintado con oleos muy pintorescos. Lo primero que aparecía a la vista era un bote de madera rústica y vieja, amarrado a un árbol muy cerca a la orilla del mar. Tanto el bote como el árbol, por su colorido especial otorgaban una sensación sombría de desolación. Sin embargo, luego de aquel solitario bote, se apreciaba un paisaje encantador, lleno de cataratas de agua cristalina como diamantes, entre una vegetación inmensa y entrañable, donde el sol lucero de la mañana, disipaba hasta el mínimo rincón de taciturnidad. Obviamente existía una connotación metafórica en aquellas formas y pinceladas, entre esas sombras y colores profundos. Sus verdes ojos se adormitaron pretendiendo descubrir el trasfondo. «¿Te gusta?», le dijo mientras lo colgaba en la pared. Luego, se paró bajo el umbral observando todo panorámicamente, y cual artista que termina de crear una pieza de arte le dijo: «Bueno, mi trabajo aquí ha terminado. Ahora cada vez que entres aquí, no podrás dejar de pensar en mí». El volteó la vista hacia el lugar, todo era de color verde, cada objeto, cada rincón, cada detalle. Tiene razón, pensó. Ahora una sugestiva sensación lo invadía en pensar, que sea lo que pasara luego entre ellos dos, siempre podría recordarla con el simple hecho de entrar a esa habitación.
Toda esa evocación era para Diego como una suave brisa de mar. Las cosas habían cambiado tanto. Ahora, la presencia de Allison era como la de una estrella que parpadea lentamente en el firmamento: inconstante e intermitente. Era como si por clásicas leyes de la física sus vínculos que al inicio subieron de manera rápida, ahora estaban condenados paulatinamente ha desfallecer.
Fueron los primeros acordes de aquella melodía los que le hicieron volver a la realidad, estremeciéndolo hasta lo más profundo de sus tuétanos. «Ya no quería nada, mi alma estaba herida…. », era la canción Bonita del cantante colombiano Cabas que sonaba en su celular cada vez que Allison llamaba. «Ya no sentía nada, que no fuera dolor». Trató de sacudirse de la bruma emocional que cargaba, recuperando la compostura de manera sorpresiva.
- Allison Acosta Macedo.
- Lo sé, lo sé, estoy tarde, créeme que lo sé.
- ¿Ubicación?
- Estoy en el taxi a unas calles de tu casa. Por favor espérame donde siempre que ya estoy cerca.
- Ok, ahora mismo salgo a tu encuentro.

Mientras conversaban, el intrépido chofer que llevaba a Allison, no quitaba su vista al revelador escote que llevaba la señorita, parecía engatusado que hasta las babas se le caían sobre el timón. Obviamente ella lo había notado, y para detener a su morbosa imaginación le preguntó: «¿Cuánto le debo señor?». Ruborizado al volver de su ensueño respondió: «Nada señorita, sólo su grata presencia». Para el momento en que el vehículo se estacionó, Diego daba sus últimos pasos para llegar a la esquina en la cual siempre se citaban. Ella salió dando un golpe brusco a la puerta y arrojando unas monedas en el interior, mientras vociferaba una serie de frases no muy educativas al conductor. «Siempre adoré tu elocuencia», le dijo Diego tratando de bromear para calmar sus ánimos. Tomaron otro taxi casi de inmediato y a pedido Allison con “chofer no morboso por favor”, y se encaminaron en la travesía de catorce kilómetros al noroeste de la ciudad de Trujillo hasta la playa de Huanchaco.

Durante el trayecto casi no cruzaron palabra. Ella tenía la vista perdida en las pequeñas dunas que se acaparaban al costado de la carretera, él por otro lado se encontraba en el hallazgo de entablar alguna conversación interesante, o al menos que capte su atención, pero sus intentos eran fallidos. Hasta que justo antes de llegar al óvalo principal que se dirige al balneario, se ubican una serie de bungalows con nombres muy evidentes, que dejan en claro que si vas a alguno de ellos, podrás conocer más “íntimamente” a tu acompañante. Uno en particular captó la atención de ambos, cuyo nombre se encontraba escrito en un letrero luminoso de regular tamaño: “El Paraíso de Afrodita” decía con corazones entrelazados. Diego sonrió volteando hacia ella, levantó las cejas observándola con una persuasiva mirada. «Ni en el mejor de tus sueños», le respondió.
Ya cuando la imaginación se le agotaba, pudieron visualizar finalmente las primeras olas verduscas de la playa de Huanchaco. El sol aún estaba en la mitad del cielo, antes de llegar al ocaso. El viento soplaba lentamente, llevando con el, pequeñas bocanadas de arena blanca. Decidieron bajar en la entrada del balneario cerca de un restaurante donde vendían comida típica como cachangas, papa rellena, anticuchos y otras delicias del arte culinario peruano, para luego caminar hasta el muelle. Por todo el contexto que los rodeaba, Diego deseaba aprovechar esta oportunidad para conversar íntimamente con Allison, hacer que su presencia no sólo sea un reporte semanal o mensual. Traerla de vuelta a su vida, para no dejarla ir jamás. Ella por el contrario no deseaba lastimarlo con los truenos de las nubes en su cabeza. Sólo deseaba salir de la laguna negra de su tristeza. Olvidar sus heridas…sus huellas…

«¿Porqué no nos sentamos aquí?», dijo él señalando un sardinel de rocas y cemento al pie de la arena. Una vez sentados frente a la inmensidad del océano, el aire se hizo menos denso, sus sentidos se relajaron dejándose llevar por el vaivén de las olas. La brisa les rozaba suavemente el rostro, dándoles el sosiego suficiente para charlar tranquilos. Ella sujetó su cabello con delicadeza mientras él la observaba con detenimiento. La vio muy hermosa, quizá lo más hermosa que jamás la había visto. Pero no era eso lo que le atraía de ella, sino que muy por el contrario de lo externo, eran aquellos instantes, cuando a través de las pequeñas grietas de su corazón, podía conversar abiertamente con ella y sentir, una afinidad completa, sentir que podía ser el mismo sin ningún tipo de prejuicio o preocupación, podía soltar sus más salvajes excentricidades y hasta liberar el más profundo de sus pesares. Allison para él, era una persona con quién podía conversar de manera seria, comprendiendo tu sensibilidad, o con quién reír hasta el cansancio y ya no poder más.
- Hay algo que he querido decirte, desde hace algún tiempo.
- ¿Qué paso?, sabes que puedes confiar en…
- Pero necesito, – lo detuvo – necesito que cierres tus ojos.
- ¿Qué cierre mis ojos?, ¿qué me vas a hacer?. – le dijo con cara de niño.
- Confía en mí.
Diego asintió con la mirada y luego los cerró. Percibió que el silencio calentó el ambiente, pero lo cierto era que Allison se había acercado lentamente hacia él, pudiendo sentir su respiración cada vez más cerca. Ahora, la calidez de aquella mano en su rostro lo deshacía por dentro, sintiéndose aún más vulnerable. Con los ojos cerrados podía visualizar aquellos suaves labios sobre los suyos, sellando ese momento dentro de su top cinco de momentos más románticos en su vida. Sin embargo, ahora lo que sentía era dos manos que le apretaban fuertemente los tobillos, casi cortándole la circulación. Y eran esas mismas manos, las que ahora elevaban sus piernas de manera brusca hacia el cielo. Diego cayó en la arena como un tronco. Se vio golpeado, arenado y sucio, pudiendo escuchar entre risa y risa: «Pero qué cursi eres, nunca confíes en una Aries». Con eso basto para que comience la carrera. Saltando con suma inmediatez Diego fue tras de ella corriendo sobre la masa blanca y blanda que tenía bajo sus pies. Sus apresurados pasos salpicaban arena a la poca gente que estaba en la playa provocando todo tipo de reacciones. «Jóvenes, tontos y enamorados», dijo una señora a la cual acaban de pasar. El podía sentir cómo el corazón se le atoraba en la garganta mientras su respiración entrecortada le quitaba el aliento. Estaba a un metro nada más, ya casi la podía tocar con la punta de los dedos. Ella corría veloz mientras intercambiaban sonrisas. Parecían juguetear como dos niños en un parque. Pero justo cuando sentía que ya no podía más, saltó estirándose hacia ella en una muestra sacrificio final por alcanzarla. El sutil toque en su espalda hizo que Allison fingiera una “aparatosa” caída. El declive fue leve, permaneciendo recostada en el suelo con la mirada absorta hacia abajo. «¡Ahhh qué es esto!, qué asco», dijo clavada en la arena sosteniendo una especie de trapo húmedo. A la poca distancia pudo divisar, luego que ella extendiera aquel trapo, que no era más que la parte inferior de una ropa de baño femenina, un hilo dental a decir verdad, todo sórdido y marranoso. Lo soltó súbitamente en un acto de repugnancia para que luego suelten una ráfaga interminable de carcajadas. Fue una anécdota demasiado cómica.
Caminaron durante algunos minutos cerca de la orilla, tomados de la mano se sentían más seguros. Los rayos del sol hacían brillar el agua como si hubiera miles de cristales sobre ella, o como si fuera el espejo de un cielo estrellado. Al otro lado de carretera, varios edificios se agrupaban con arquitectura prodigiosa. Fueron construidos para que las familias más pudientes puedan veranear todos los años en esa playa, pues eran los BMW y las Hummers H3, los delatores. Cada uno poseía varios balcones con vista al mar.
- Sería excelente vivir en uno de esos - le dijo señalando un edificio blanco.
- ¿Te gustaría vivir siempre en la playa? – esbozó ella de forma antagónica – aparte de estar lejos de la ciudad, aquí el verano sólo dura tres meses.
- No lo digo por eso, es más prefiero la playa en invierno. Sería perfecto porque así podrías venir a visitarme cualquiera día, te prepararía una deliciosa cena romántica a la luz de las velas, música suave y todo.
- ¿Así? – dijo mostrando sensual interés. ¿Y luego?
- Bueno, luego después de cenar nos iríamos a dormir.
- ¿Cómo?.
- Bueno, en realidad tú dormirías, porque me quedaría despierto viéndote dormir hasta el amanecer.
Su respuesta le arrebató el cómico erotismo a la conversación. No supo cómo responderle. Esta vez al igual que otras, el silencio sería lo más concreto que percibirían luego de una directa adulación. La insonoridad fue el declive que convirtió a los siguientes coloquios mucho más hondos, acompañándolos hasta que dieron sus primeros pasos en el muelle de Huanchaco. Sus pies abandonaron el rocoso sendero impregnado con ligeras grietas, para deslizarse sobre las añosas tablas del muelle, llenas de huellas marrones producto de las suelas de miles de personas que habían estado ahí antes. Se sentía contrariado, la incertidumbre volvía a él con una fuerza imperecedera. Dentro de su ser, una opresión lo vencía a quedarse callado, a rendirse entre las sombras, en simplemente caminar para pasear la vista y abandonarse, a él, a ella, a lo que pudieron haber vivido juntos. Cerró los ojos, sintiendo la brisa cada vez más fuerte en mitad del camino. Aferrando fuertemente sus manos a las desteñidas barandas, trato de encontrar las respuestas que necesitaba en aquella oscuridad, pero lo único que obtuvo fue el choque brutal de su subconsciente. En la penuria se vio parado frente a una pared de imágenes secuenciales que trataban de graficar toda la historia que vivió con Allison. Cuándo se conocieron, su primera cita, su primer beso y único beso, entre otras cosas. Algo que no pudo comprender provocó su acercamiento. Se vio junto a ella en una imagen que reflejaba su visita al muelle donde estaban en ese exacto momento, sin embargo, la siguiente imagen estaba dividida en dos, en una estaba él sentado solo y en la otra estaba Allison sonriendo junto a otra persona. Apretó con fuerza los párpados en medio de su confusión. No, no puedo dejar que eso suceda, pensó. Abrió ligeramente un hilo en su vista, era cierto….el sunset estaba cerca….La luz de sol lo iluminó de manera sutil por el rabillo de los ojos, apresurándolo tal vez en hacer algo, en concretar los fines por la cual el destino los había unido ese día, por motivos que tal vez la razón no sabría explicar.
Allison caminaba despacio dirigiéndose a una caseta con techo de tejas blancas, ubicada al final del muelle. Ya en ese extremo, se apoyó despacio sobre una de las maderas dando un largo suspiro, deseando disipar las negativas evocaciones que sangraban en su mente. El gélido aire parecía congelar su corazón. Apoyó sus codos sobre la baranda viendo la inmensidad del mar, del cielo….de su tristeza…. Tratando liberar su alma con el ir y venir de las olas.
Las verdes aguas chocaban de forma tenaz las ya oxidadas vigas del muelle a las que ahora fijaba su vista, perdida en el tiempo y en el contexto. El sol estaba próximo a caer.
- Debe ser precioso ¿no?. – le dijo mirando hacia el mar.
- ¿Qué cosa?.
- Tener a alguien especial.
- ¿Cómo especial?.
- Alguien en quién puedas confiar siempre, sin importar cualquier tipo de circunstancias, sabes que podrás contar con su compresión, con su abrazo e inclusive su hombro cuando quieras llorar. Alguien con quien puedas ser tu mismo, sin ningún prejuicio, compartir tu vida por completo, sentir todo tipo de sensaciones cuando esta cerca. Alguien con quién el sólo rosar de su piel te estremezca de profunda pasión, que con una sola mirada pueda entender cómo te sientes, qué es lo que te aqueja. Alguien que sepa leer tus silencios, que comprenda todas las connotaciones de la palabra “confianza”, que sepa todas las historias que vas a contar a otros, pero que disfruta escucharlas una y otra vez porque sabe que te lo contó primero a ti. Alguien con quien puedas conversar civilizadamente como adultos, y jugar tiernamente como niños…
Ella lo observaba mientras la humedad de sus ojos pretendía quebrarse frente a él. Cada vez que hablaba así, comprendía que tal vez nunca iba a poder determinar cuán profunda era la pasión de Diego. Esa pasión que la redimía en muchas maneras. El continuaba.
- … Alguien con quien puedas hacer el amor, pero también tener sexo una que otra vez. - Ja, ja, ja tonto – le dijo Allison mientras liberaba una sonrisa.
- ¿Tienes alguien así en tu vida?. - le dijo callando su risa.
- ¿Yo?, bueno, bueno…
- ¿Crees que yo podría ser ese alguien para ti algún día?.
- Ya lo eres Diego. – respondió luego de un ligero silencio.

Adulación directa, consecuencia lógica: silencio incómodo. No podía dejar pasar más minutos, el borde inferior del sol ya chocaba el final del mar. El sol se ocultaba hacia el oeste, tornando de color naranja el cielo. Debía aprovechar ese momento, detenerlo para que perdure a pesar del ajeno transcurrir del tiempo.
- Nunca había venido aquí. – le dijo.
- ¿Cómo?, pero pensé que habías venido con…
- No así – la detuvo -, venir contigo es como la primera vez. Quizás eso sea porque cada experiencia contigo para mi es inigualable.

Aquella última frase la paralizó, la debilitó, la quebró, justamente como ella deseaba. Tenía un hambre voraz de consuelo, de aferrarse a sus brazos para encontrar el sosiego que tanto necesitaba. Lo vio acercarse despacio mientras sentía el rozar de su nariz con la suya. Acarició su rostro con ambas manos, iluminándolo con los últimos rayos que el sol expedía antes de ocultarse. Se sintió débil, muy débil. La humedad de sus ojos parecía quebrarse en su mirada perdida. «Allison, yo te…» . Detuvo la frase con un beso, rozando suavemente sus labios sobre los de él, como muestra de un amor que nunca más volvió a sentir.
Ahora percibía humedad en la parte superior de las manos. Lágrimas se deslizaban sobre sus dedos.

- Yo también Diego – le dijo - yo también ....
Y se alejó rápidamente.
AUTOR: CHRISTIAN DAVID FHON TRIGOSO